sábado, 28 de abril de 2007

Muertes sin odio


El otro día, me ví en un foro en el que suelo participar justificando a Tom Dunson, el personaje que interpreta John Wayne en Río Rojo. Un amigo, no sin razón, apuntaba que Wayne se pasaba la película matando gente, enterrándola con sus propias manos y rezándoles un responso. Buñuelesco, decía. Mi replica decía esto:
"En Río Rojo, se narra la historia de una ambición que no tiene fin, la de Wayne dispuesto a tener la mayor explotación ganadera de un inmenso territorio. La escena del asesinato del charro-malo es más divertida de lo que cuentas: el charro, profesional de expulsar a todo el que pasa por la pradera infinita, advierte a Wayne de que aquello tiene propietario, pues a su amo se la regaló el Rey de España. Es entonces cuando Wayne le repone: y aquel se lo quitó a otro, pues yo se lo quito a tu amo. El charro le explica que a él le pagan por que eso no pase y que la cosa no quedará ahí, a lo que Wayne asiente con un gesto. Entonces se produce el tiroteo. Nada es personal. En el cine del Oeste, y en el de Hawks, hay mucho de esto: enfrentamientos inevitables que no son conducidos por el odio. No es personal. Por eso no es tan buñuelesco el detalle de los entierros y las oraciones. Por ejemplo, ocurre también en El Dorado, cuando Wayne y un pistolero profesional se enfrentan al final de la película. Wayne, paralizado por una vieja herida, no puede mover la mano derecha y, usando un truco, logra abatir al profesional. Cuando se aproxima, el moribundo pistolero, con una sonrisa, le dice: me quedo sin saber quién de los dos era el más rápido.
Cuando ví Río Rojo me quedó la sensación de que querían contarme que en la frontera, donde la ley no existe, donde cada cual toma lo que puede e intenta que los demás no hagan lo mismo, el único resquicio de humanidad está en que la muerte no es algo personal, es mera supervivencia."
El enfrentamiento sin odio es un tema muy común en los western, igual que lo es el de la destrucción a la que el odio lleva: estoy pensando en Colorado Jim -James Stewart- y su sufrimiento al comprobar que se está convirtiendo en lo que aborrece por entregar a Robert Ryan vivo o muerto -claro, que tenía a Janet Leigh para recordarle qué es lo bueno-; y, sobre todo, en Ethan Edwards y su camino a la perdición en busca de Nathalie Wood.
En efecto, en el Western no es raro que dos amigos, o dos que se respetan y admiran, se encuentren abocados a un enfrentamiento fatal con el ánimo desanimado y el gesto de "nomedejasotraalternativajoe". En Duelo en la Alta Sierra, de Peckimpah, Joel Maccrea y Randolf Scott van camino de acabar en esa misma situación inevitable, a la que les lleva su propia naturaleza, en la que se mezcla la amistad, la lealtad y, también, el que en la esencia del alacrán está el picar. Cada uno de ellos lamenta en el alma enfrentarse a quien respeta y quiere. Hay en estos estereotipos de las películas del Oeste, un claro parecido con los valores de las novelas de caballería. Estos modernos guerreros, armados con sus colt y sus winchester, están preparados para una guerra que no buscan, que evitarán por todos los medios y que llevarán hasta su último término si no hay más remedio, pero con respeto y piedad hacia el enemigo.
Un caso muy diferente es el que me recordaba Remigton: la pavorosa escena de Sin Perdón, cuando William Munny (Clint Eastwood) dispara a uno de los muchachos en un cortado. El chico se desangra y aúlla porque alguien le de agua. Pero ninguno de los que le acompaña tiene valor para abandonar su refugio. La escena se demora en su sufrimiento y el público se remueve en las butacas. Incluso Munny no puede soportar la agonía y grita: "¡por el amor de Dios, dadle agua!" A pesar de ser su ejecutor, Munny no siente odio hacia el muchacho, está ejecutando la decisión de otro, la justicia de otro. Pero es esta una muerte mercenaria y, por eso, más repugnante porque no tiene razones. Precisamente de ahí saca su ausencia de sentimientos.

5 comentarios:

Michael O'Leary dijo...

Es posible que nuestra percepción de la muerte haya cambiado en los últimos años hasta hacernos observarla como algo abominable cuando en realidad no es más que un acontecimiento necesario de la vida, como comer o dormir, que tiene la peculiaridad de que suele ser el último que nos sucede en esta tierra. Y que deja chafados a los que se quedan.

Leí en un libro de Luis María Sandoval acerca de las Cruzadas que posiblemente el hombre de 1936 fuera más parecido en sus planteamientos y forma de ver la vida al del año 1000 que nosotros al de 1936. Puede que sea cierto. Y por eso ahora nos espeluzna más de una muerte el hecho de que sea violenta (sengrienta especialmente) que el hecho de que sea injusta. Me parece un error enorme.

Quizás, sobre todo, porque esa mentalidad amenaza con incapacitarnos para la vida. Hace años, muchos gracias a Dios en Europa y ninguno, por desgracia, en el Tercer Mundo, los padres perdían a sus hijos con relativa frecuencia porque la vida era muy dura y sobrellevaban su dolor con dignidad y dureza sin el apoyo de un psicólogo porque tenían que seguir trabajando para sacar adelante a los que quedaban. ¿Somos así ahora?

Estoy de acuerdo en que en determinadas circunstancias la muerte puede constituir un elemento más cotidiano de la vida sin que eso sea forzosomente inmoral (por supuesto, ninguna de esas situaciones es deseable y lo mejor sería una sociedad perfecta en que no se cometieran injusticias y las muertes sucedieran en el mejor de los contextos imaginables); pero el exceso de horror ante la muerte puede estar motivado por un exceso de apego a la vida. Y sin una dosis de desapego, las situaciones que Oscar plantea en que se acepta ser matado por otro sin albergar odio en el corazón o incluso llegar a matarle sintiendo por él respeto y hasta piedad, son imposibles.

¿He conseguido explicarme?

Michael O'Leary dijo...

Por cierto: olvidaba una curiosidad de esas afirman a uno en que la forma de pensar en que le han educado es la mejor de las posibles: los requtés del Tercio de Monserrat durante la Guerra Civil tenían grabada en las culatas de sus fusiles a golpe de navaja la frase "Tirad, pero sin odio". Hawks podría haber hecho con ellos una gran peli. ¿Y si se lo proponemos a Mel?

remington steel dijo...

Hoy he vuelto a ver "La Milla Verde", y al leer este post no puedo evitar ver cierta relación. Cuando ejecutan a John Kofee, desde luego es una ejecución sin odio, todos los funcionarios de la Milla tienen lágrimas en los ojos, y aunque les ampara la ley el dolor es mayor al tener conciencia cierta de que la sentencia fue injusta, de que no están ejecutando a alguien que se ha redimido, lo cual podría ya ser bastante doloroso,sino a un inocente, más aún, a un milagro de Dios. ¿Qué debería haber hecho Tom Hanks?

remington steel dijo...

Creo que a Mel ya se lo han propuesto, y no es broma. ¿Qué crees que hacía Miguel Ayuso en Florida?

remington steel dijo...

Y, puesto que hablamos de ética, os diré que escribí un comentario sobre 300 que nadie me contestó. Me parece una falta de cortesía imperdonable.