miércoles, 26 de diciembre de 2007

FELIZ NAVIDAD

He terminado las "Conversaciones con Cary Grant", que son muy entretenidas, y me han reafirmado en mi idea de que no era marica. Bogdanovich dice que no, Howard Hawks, Katharine Hepburn,... aparte de él mismo. Aunque es un tema totalmente secundario en el libro, no parece que nadie le diera crédito ninguno al rumor.
Y esto es un pequeño regalo de Navidad para todas, y para recordar al mundo que el sex appeal no lo inventó George Clooney. Es más, la comparación deja en evidencia que la elegancia es patrimonio de unos pocos.

viernes, 14 de diciembre de 2007

SENSACIONAL HOMENAJE A GUNGA DIN

Ofrecido por la Organizacion de Naciones Unidas

Notese el abnegado espiritu de estos soldados. Solo falta la corneta agujereada que no para de sonar
Hasta se parece a Baqshi.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Del amor a la lectura y la pasión por vivir o viceversa



Hoy no me apetece escribir sobre cine, sino sobre libros. Tengo aquí al lado, mientras escribo, mi ejemplar de Dioses, Tumas y Sabios, de Ceram. Un abigarrado ejemplar encuadernado en tela negra que tiene en la solapa un grabado dorado de un guerrero asirio matando un león. Mientras acaricio el libro con una mano pienso tanto en su contenido como en el objeto que es. Un libro es un objeto hermoso, acogedor, portátil. Por dentro se nos abren misterios, se nos descubren mundos, se nos desevela nuestra propia persona. Este libro en concreto, narra acontecimientos extraordinarios bajo la nada extraordinaria realidad de la arqueología. Y no es raro, porque ¿cómo podríamos calificar la vivencia de Schliemann obsesionado por encontrar la auténtica Troya y, para colmo, encontrándola?
La vida es un suceso prodigioso e improbable. Estamos aquí todos de regalo, empujados a existir por el empeño de millones de personas que habitan en nuestro pasado, que son nuestros antepasados. Sustentados por una prodigiosa construcción de realidad, de átomos, de planetas, de galaxias...de espacio.
Y así como estamos, lanzados, arrojados a vivir, nos topamos con maravillas sin cuento. Con alimento infinito para nuestra curiosidad. Tenían razón los filósofos griegos al pensar que el hombre tiene su vocación en el asombro, en la vida que contempla la realidad pasmada, fascinada por su belleza, por su interés. Una realidad inagotable que va desde ese agradable temblor interno que nos da mirar las piernas de Elle McPherson hasta el placer que proporciona comprender la coherencia interna de un teorema matemático.
Sin duda, debemos ser felices. Estamos obligados. Se lo debemos a los que tanto han dado para que tuviéramos la oportunidad de conmovernos con el primer concierto para piano de List, o la lectura de "Una pena en observación" de C.S. Lewis. Y estamos obligados a conseguir que esa oportunidad sea universal, que no se pierda, que no nos la arrebaten.
Pues bien, nada de todo esto, nada de todos estos disfrutes puede hacerse, se puede poseer, ni se puede defender o mantener sin enamorarse de la lectura. De toda la lectura. Sin abrirse a lo que otros han pensado y comprendido, a lo que otros han sentido, imaginado o creado. Los hombres desaparecen, mueren y se extinguen. Pasan. Pero su ser más real e íntimo, su pasión más encendida por el querer o por el saber, perdura para siempre en los libros. Su risa se nos contagia desde las páginas de Los papeles póstumos del Club Pickwick de Dickens, su seriedad desesperada en cualquier obra de Ibsen, su despiadado conocimiento de la miseria humana en las páginas de Truman Capote, la sagacidad de cualquier libro de Somerset Maugham....Y qué decir de los nuestros: Cortázar siempre, Uslar Pietri en Cuba, Onetti con su Juntacadaveres, el pesado de Sábato, Haroldo Conti convertido en álamo carolina, Cela cuando quiso, Muñoz Molina y su jinete polaco, Roa Bastos en Hijo de Hombre, Delibes el hereje, los clásicos gigantes subidos todos en Quevedo y Cervantes... qué se yo.
No siempre ponderamos bien cuánto depende nuestra libertad y la de nuestros semejantes de nuestro amor por la vida y del amor por nuestra pasión. Por eso, ¡leer, vivir, siempre!

sábado, 1 de diciembre de 2007

LIBROS DE PELÍCULA

He visto hace poco El Velo Pintado, y me ha gustado muchísimo. De hecho, tras mucha insistencia conyugal, me he decidido a hincarle el diente a Somerset Maugham, así que también me he leído El Filo de la Navaja, y ahora estoy sumergida en Servidumbre Humana. Pero vamos al grano, El Velo Pintado es una maravillosa historia sobre la culpa y el perdón, sobre la redención por el dolor, sobre el sufrimiento y el amor, y Edward Norton está magnífico haciendo de marido inflexible e inmune a la compasión. Como este verano Gorililla nos puso Orgullo y Prejuicio, y me lo pasé tan bien que la volví a ver cuando llegué a Madrid, se me ha ocurrido colgar un post sobre adaptaciones literarias. En particular éstas dos son muy recomendables. Tengo que reconocer que a Jean Austen, igual que a Maugham, la descubrí a través del cine, y mi lectura está irremediablemente mediatizada por las películas, así que, por lo que a mí respecta, Edward Ferrars y Elinor Dashwood tendrán siempre los rostros de Hugh Grant y Emma Thompson, y Lizzie Bennet y el señor Darcy los de Keira Knightley y Matthew MacFadyen. En estas condiciones, no sé si puedo juzgar las películas en cuanto adaptaciones (desde luego Sense and Sensibility no, puesto que no la he leído), creo que mi objetividad está inevitablemente perdida. Pero lo que sí puedo decir es si me gustaron o no, si me hicieron disfrutar, si me enamoraron, si me las creí. Siguiendo con Austen, hay otra adaptación, la de Emma de Douglash McGrath, de 1996, que me decepcionó muchísimo; puede que influya el hecho de que no aguanto a Gwyneth Paltrow, qué actriz más insulsa y poco simpática. La literatura romántica inglesa parece especialmente idónea para el cine, o será que los ingleses hacen más y mejor cine que otros… El caso es que las hermanas Bronte también nos han hecho pasar ratos deliciosos, y me entusiasma en particular “Alma Rebelde”, la adaptación de Jane Eyre que dirigió Robert Stevenson en 1944, con Joan Fontaine como abnegada y enamorada huérfana, y Orson Welles casi pareciendo guapo en el papel del atormentado Edward Rochester.

Sin salir de Inglaterra, otro autor adaptado hasta la saciedad es el Bardo de Avon, y mi adaptación favorita es posiblemente, y aunque sir Lawrence Olivier se revuelva en su tumba, el Enrique V de Kenneth Branagh, de 1993. En parte por la propia obra, en parte porque Branagh estaba entusismado y entusiasmante haciendo del rey Harry, el caso es que me gusta más que otras obras del mismo director (Hamlet, Mucho ruido y pocas nueces, Trabajos de amor perdidos, En lo más crudo del crudo invierno) o de otros (el Hamlet de Mel Gibson, o El Mercader de Venecia y Looking for Richard de Al Pacino, por recordar el cine de los últimos quince años). Sin embargo, también es verdad que me gustan los toques originales, y en ese sentido disfruté mucho de la adaptación de Ricardo II de Pacino, con las apariciones de tantos actores expresando su opinión (a veces sonrojante) sobre Shakespeare, o del musical que hizo Branagh con Trabajos de amor perdidos, alternando los diálogos de Shakespeare con las canciones del cine los cuarenta y cincuenta, como Cheek to Cheek o There’s no business like show business.

Y seguimos en las islas británicas, saltando adelante y atrás en el tiempo, con otro autor que es posiblemente uno de los más llevados al cine, Graham Greene, y cuya relación con el séptimo arte fue muy estrecha, de lo que da buena muestra su guión original de una fantástica película que aún estamos esperando que alguien comente por aquí, El Tercer Hombre. Aunque las adaptaciones de sus libros nunca me han entusiasmado en exceso. La última versión de El Americano Impasible (Phillip Noyce, 2002), con Michael Caine y Brendan Fraser no estuvo mal.

En la misma línea de aportar algo al texto original, ahora tratando de mostrar el alma del teatro desde los bastidores, están la ya mencionada En lo más crudo del crudo invierno y Vania en la calle 42, de Louis Malle.

Y, para visiones personales, cómo olvidarnos de la particularísima versión de Coppola del Corazón de las Tinieblas de Conrad, esa obsesionante película en la que Marlon Brando consigue darle a Kurtz el tono exacto que imaginamos cuando leímos aquella terrible frase: El horror, el horror. No es la única adaptación de un libro de Conrad que me viene a la cabeza, Los Duelistas y Lord Jim son más que dignas de mención.

La literatura ha prestado muchas más historias al cine, y me acuerdo ahora de los rusos: Guerra y Paz (King Vidor, 1956) y Doctor Zhivago (David Lean, 1965) son simplificaciones de los originales literarios, pero extraordinarias películas.

Un director que se dedicó ¿casi? por entero a las adaptaciones literarias fue Kubrick, y aunque en general no lo soporto debo decir que me gustó mucho su versión de Lolita, con James Mason magnífico en el papel de Humbert Humbert. La película de Adrian Lyne de 1997 no aportó nada en absoluto, salvo para los incondicionales de Jeremy Irons, que una vez más se mueve como pez en el agua en el papel de insano pervertido.

Y cómo no hablar del cine español, en este post sí que tiene un hueco más que merecido. El bosque animado, El río que nos lleva, Los Gozos y las Sombras y La Regenta (está bien, no eran películas sino series, pero no me resisto a recordarlas), El Abuelo, y, quizá por encima de todo, Los Santos Inocentes. (Landa y Fernán Gómez en esta enumeración, ¿por qué será?)

Me dejo infinitas en el tintero. Pero ya os he aburrido bastante. Así que vengan las preguntas para el debate. Esta vez son dos: ¿creéis que vale la pena hacer películas de los grandes libros? Y, en caso afirmativo, ¿es mejor ser fieles o creativos, ofrecer reflejos literales o puntos de vista personales? Vosotros diréis.

viernes, 30 de noviembre de 2007

Fernando Fernán Gómez




Era yo muy pequeño, un niño, cuando vi por primera vez a Fernán Gómez. Seguro que estaba correteando por el minúsculo apartamento de Moratalaz cuando apareció aquella cara por primera vez en mi vida. Sería en el televisor de 14" donde, casi diminuto, estaría representando a un marino español, o a un joven que se abría paso por la trastienda de la historia española.
En blanco y negro, ¿cómo podría saber yo que era pelirrojo? Eso se me escapaba, seguro, pero tampoco le daría importancia, porque a mí Fernán Gómez, no me parecía nada. Era yo un niño, ya digo.
Cuando fui creciendo, Fernán Gómez nunca fue un extraño. Estaba constantemente por los alrededores, de la tele, es cierto, pero estaba. Era como los puestos de pipas, los guantes en invierno, las galletas María... Estaba. Me tardé un tiempo en hacerle entrar de verdad en mis pensamientos y, por eso, tardé mucho en admirarle. Fue en el teatro, en el Centro Cultural de la Villa de Madrid y, paradoja, él no aparecía en el escenario en ningún momento de la representación. Era Agustín González el que llevaba sobre su lomo "Las bicicletas son para el verano", pero Don Fernando, ausente, llenaba el escenario. Aquella obra me desveló a Fernán Gómez, a ese que me acompañará ya siempre.
Luego vinieron sus interpretaciones mil veces vistas, su voz inigualable, su aspecto cada vez más asilvestrado en la convicción de una vida vivida a las bravas. O así lo imagino yo.
Ahora, que ya ha pasado su momento, que Fernán Gómez no está aquí para regalarnos nada nuevo, cada vez que pienso en él le veo en su impresionante "El viaje a ninguna parte" gritando fuera de lugar: ¡Señoritoooooo! con la voz engolada. O en el casino de esa capital de provincias, dando lecciones de vida. Emboscado en su pelo enmarañado, con los ojos vivos fijos sobre la presa, con la voz rugiente y siendo, eternamente, el León de Albrit.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Y, SIN DUDA, ELLOS SE LO MERECEN.

Uno se ha muerto, y el otro esperamos que nos dure muchos años. En cualquier caso creo que es indiscutible que, aquí, son los más grandes.






miércoles, 14 de noviembre de 2007

UN LIBRO DIVERTIDO

LAS ESTRELLAS DE HOLLYWOOD POR PETER BOGDANOVICH. T&B Editores, 2006.

Ésta es, de algún modo, la segunda parte de un libro de Bogdanovich sobre los directores de Hollywood, y, sin embargo, la primera aún no está editada en España. T&B tiene comprados los derechos y espero que lo publique, aunque supongo que dependerá de la acogida que haya tenido éste. El título original del primero era “Who the devil made it”, y el de éste es “Who the hell’s in it”, y la verdad es que me gusta mucho más que el que le han puesto en español, tan insulso. Quién demonios la hizo y Quién diablos salía me parecen buenos títulos. Es evidente que a los editores no.

Creo que, para quien le guste la época dorada del cine, se trata de un libro que cautiva desde el primer momento. Jeanine Basinger lo describe en la crítica que publicó para The Washington Post: “Con un estilo sencillo y anecdótico, el autor dispone un escenario glamouroso, establece su autoridad en la materia, sugiere una perspectiva histórica, deja caer un nombre importante… y todavía no ha terminado la primera frase”. Es una crítica halagüeña, y uno puede pensar que exagerada. Pero es literal. Bueno, casi. En realidad sí que ha terminado la frase. Porque Bogdanovich comienza su introducción de la siguiente forma: “Hace unos treinta años, en Roma, Orson Welles y yo estábamos tomando una copa nocturna en su suite del Hotel Eden.” Prácticamente todo el libro es así. Y da un poquito de envidia. El autor cuenta anécdotas, conversaciones, impresiones, de su relación con algunos de los actores más importantes del Hollywood dorado, y también de algunos otros menos importantes. Bogdanovich habla de quien él quiere, de sus ídolos y de sus amigos. En algunos casos ambas características coinciden. Pero desde luego, a todos los conoció y los trató. Sólo se permite tres excepciones en su particular galería de retratos: Lillian Gish y Marilyn Monroe, con las que coincidió en alguna ocasión, pero a las que no llegó realmente a conocer, y Humprey Bogart, al que nunca vio en persona. El libro es en ocasiones divertido, en ocasiones tierno, en ocasiones revelador. El relato de su amistad con Cary Grant, por ejemplo, es delicioso de principio a fin, y además nos presenta de primera mano una versión del mito absolutamente reñida con la que nos vende últimamente la comunidad gay. Parece ser que Chevy Chase le había llamado marica en una entrevista para la NBC. Bogdanovich nos cuenta la reacción: “Cary me dijo que no iba a dejar a Chase salirse con la suya, y le espetó una demanda. “No tengo nada contra los homosexuales”, me dijo Cary, “simplemente no soy uno de ellos”. Recuerdo que le pregunté a Howard Hawks una vez en los sesenta si había una base para el rumor de que Cary Grant fuera gay. Hawks, que había hecho cinco películas con Grant por aquel entonces, se limitó a resoplar y a arrugar la cara como si aquello fuera la tontería más grande que hubiera escuchado aquella semana. (…) La demanda de Chase se resolvió finalmente fuera de los tribunales. “Chevy no pretendía causar ningún daño” me dijo Cary. “Simplemente se portó como un estúpido. Se ha disculpado. De hecho, por supuesto, me hizo un favor.” ¿Y eso? “Llevo toda la vida igual” prosiguió Grant. “Un tipo lleva a su chica al cine y ahí estoy yo, y la chica dice que le gusto, así que el tipo dice ¡He oído que es marica! Bueno, pues me ha hecho un favor, ¿no te parece? Porque si alguna vez me paso por su ciudad, ¿quién crees que será la primera en pasarse por mi hotel para comprobar si es cierto? ¡Su chica!””. No es, desde luego, un ejemplo de moralidad, pero una se alegra de leer estas cosas. El relato de la extraña amistad que mantuvo con Grant hasta el final de su vida es delicioso y enternecedor.

Encantadoras también son sus semblanzas de James Stewart y de Henry Fonda, muy divertidas la de John Wayne y la de Marlene Dietritch, tiernas y cariñosas la de Audrey Hepburn y la de Sal Mineo, cuajadas de anécdotas personales las de Jerry Lewis, Dean Martin y Sinatra,…

El libro entero es, en fin, una delicia, y cuando Bogdanovich salpica sus narraciones con detalles como aquel en el que, parando en un hotel en Nueva York, se cruzó por casualidad en el vestíbulo con Henry Fonda y James Stewart, que salían a tomar una copa con sus mujeres, uno raya el suelo de envidia, porque en el cine de hoy ya no existe nadie con quien te puedas encontrar casualmente cuya presencia te produzca la décima parte del impacto y la emoción que te causarían ellos.

Así que, como ya empieza a ser costumbre, terminaré con una pregunta para el debate: ¿creéis que dentro de treinta años Harrison Ford, Meryl Streep, Robert de Niro, o Nicole Kidman, serán mitos con ese aura de maravilla que tienen las estrellas de los cuarenta y los cincuenta?

sábado, 3 de noviembre de 2007

ESAS AUSENCIAS


En espera de que Michael nos demuestre que es verdad, que le ha llegado la inspiración, y que su afirmación no ha sido un burdo montaje para ponernos a Scarlett, os traigo las fotos de tres películas que la Sociedad de la Arena ha visto en alguna reunión pero que, por diversos motivos, no han sido comentadas en este foro. Por si queréis decir algo.

lunes, 22 de octubre de 2007

ELLAS TAMBIÉN SE LO MERECEN




Puede que no fueran las más guapas, ni las más sexis, pero se han ido, y con ellas un poco más de lo que aún nos quedaba de una época dorada y maravillosa.

viernes, 19 de octubre de 2007

EFEMÉRIDES


Y sí. Hoy, a los siete meses y diecisiete días de comenzar nuestra singladura, Los Amigos de la Arena han recibido a su visitante número DOSMIL.

Y, de nuevo, sí. La alegre comitiva está encabezada por Oscar, y la completan Michael, Micheleen y Remington

ES DE BIEN NACIDOS SER AGRADECIDOS

Y creo que es de estricta justicia hacer una mención a nuestros amigos de los States, que siguen conectándose y entrando a vernos a través de Comcast Cable, a pesar de nuestra evidente falta de intervenciones (y de interés) en los últimos meses.

NIÑOS DE PELÍCULA

“Nunca ruedes con niños, ni con animales, ni con Charles Laughton”, decía el gran Alfred Hitchcock. Aunque él mismo repitió con sir Charles, en 1939 Jamaica Inn y en 1947 El Caso Paradine. Y salían niños al menos en El Hombre que sabía demasiado y en Los Pájaros, rodaje en el que el excéntrico director debió sufrir de lo lindo, porque, desde luego, también había animales. Este post quiere ser un homenaje a algunos de los niños que más nos han hecho disfrutar en el cine.

Pese a la opinión de Hitchcok, que posiblemente compartirá con otros directores, los productores deben saber que los niños son una buena baza en una película, al menos si te salen estupendos, como la Judy Garland de El Mago de Oz o el Freddie Bartholomew de Capitanes Intrépidos, como el Elliot de E.T., el Kevin de Solo en Casa o el Cole de El Sexto Sentido.

Una de las películas menos comerciales del más comercial de los directores del último cuarto del S. XX nos descubrió a un niño, casi un adolescente, que firmó con trece años el que ha sido el mejor de sus papeles hasta el momento. Christian Bale nos mostró una imagen intimista, a la vez tierna y dura, de la vida de los prisioneros durante la ocupación japonesa de Shangai, y muchos de los momentos por los que tuvo que pasar Jim durante los cinco años que duró su aventura permanecerán para siempre en mi memoria, desde el hambre de los primeros días, cuando intentaba sin éxito alguno rendirse a los soldados japoneses, hasta su impresión ante la explosión atómica de Hiroshima, cuando creyó contemplar el alma de la señora Victor subiendo al Cielo. Es curioso ver cómo introducir niños en una historia contribuye a mostrarnos de modo más crudo los horrores de la guerra, y al mismo tiempo consigue hacérnosla más humana, más soportable. Lo hemos visto también en “Enemigo a las puertas”, y, por supuesto, en “La vida es bella”, donde el pequeño Josué nos logra sorprender aún una última vez cuando le grita entusiasmado a su madre: “¡Hemos ganado, mamá. Era verdad. Hemos ganado el paseo en tanque!”

Para algunos de estos niños su intervención en una sola película ha supuesto el salto a la fama y el ingreso en la memoria colectiva de toda una generación, o de varias, aunque luego les hayamos perdido la pista o hayamos tenido que esperar a que se hicieran mayores para volver a encontrárnoslos. ¿Quién es capaz de mencionar más títulos del niño que hacía de Elliot, (se llama Henry Thomas, y sigue trabajando, pero quién lo sabe) o del hijo de Meryl Streep y Dustin Hoffman en Kramer contra Kramer? Otros, en cambio, han contribuido con su presencia a que muchas historias nos entusiasmen. Haley Joel Osment, además de en El Sexto Sentido, nos ha conquistado como el pequeño robot de Inteligencia Artificial, como el idealista de Cadena de Favores y, todavía antes de dejar atrás del todo la niñez, como el sobrino de Michael Caine y Robert Duvall en El Secreto de los McCaan.

Todavía hay una tercera clase de niños de película a los que vale la pena mencionar, los que no han pasado de ser secundarios pero sin cuya presencia las historias en las que participaron habrían perdido encanto o, directamente, no se habrían sostenido: desde la hermana pequeña de Tracy Samantha Lord en Historias de Filadelfia (No, mamá, el bulto es mío) hasta el hijo de Sam Baldwin en “Algo para recordar”, pasando por el deslenguado “nietastro” de Ethel y Norman Thayer de “En el estanque dorado”.

Me ronda, en cualquier caso, una duda por la mente. Es evidente que hay cine de chicas y cine de chicos, aunque esto no impida que a mí me encante “El Padrino” y a Michael O'Leary “Joe contra el Volcán”. Mi duda es si la presencia de niños tiende en general a “feminizar” una película. Tal vez sí, aunque creo que no siempre. Y un buen contraejemplo es la única película que se me ha ocurrido en la que se mezclan dos de los tres tabúes de Hitchcok: La noche del cazador.

Pues yo no se qué le ves

jueves, 18 de octubre de 2007

¡YA ME LLEGÓ LA INSPIRACIÓN!


Y no de mano de ella, aunque bien podría haber sido.


Pero, lamenteblemente no tengo tiempo para ponerme a escribir ahora acerca de mi idea. Esto es sólo un regalo dirigido a los amantes del arte de nuestro blog, así como a los amantes de Scarlett Johansonn del mundo entero, que, supongo, serán muchos.

He descubierto que la imagen venía junta. ¡Qué fastidio! Yo quería la de la derecha... Mala suerte.



jueves, 6 de septiembre de 2007

Ride the high country (Duelo en la alta sierra)

Esta tarde, mientras la familia dormitaba la siesta, he visto este enorme peliculón que tuve el privilegio de visionar en pantalla grande cuando era jovencito. Sam Peckinpah siempre fue un favorito de nuestros años adolescentes. Lo que nos atraía era la violencia de sus imágenes, aquellas impactantes escenas en cámara superlenta en las que todo volaba, incluída la sangre. Bien es cierto que Peckinpah nos pilló demasiado niños, igual que Harry el sucio, pero el mito se comentaba en el patio del colegio y yo me pasaba el recreo contándoles a los demás aquellas fascinantes películas que nunca había visto. Mi primer intento de ver una fue teniendo quizá doce años en los Kostkas de Santander. Ni qué decir tiene que nos largaron pero nos devolvieron el dinero de la entrada. Aquella tarde, aún lo recuerdo, vimos Piratas del Mar de China, con Clark Gable en un cine que estaba más arriba, casi colindando con la cuesta de la Atalaya y que se llama Tívoli o Rialto.
El largo tiempo que transcurrió hasta que un Peckinpah se nos puso a tiro, me había abierto mucho el apetito. No me sentí defraudado cuando ví Grupo Salvaje, pero ya era demasiado mayor para impresionarme por el montaje frenético o los vasos reventando lentamente. Afortundamente, eran historias en las que se conservaba el carácter épico del western, del buen western. Del western que cuenta historias de buenos y malos, en donde se enfrentan el bien y el mal. Curiosamente, y supongo que habría una buena razón para ello, Peckinpah casi siempre situó sus historias en una cierta línea de sombra, en esos momentos de la historia en la que un mundo asentado se desmorona para dar lugar a algo nuevo, con nuevos deseos, nuevas personas. Llaman a estos westerns crepusculares y no parece una mala definición.
Así ocurre en Duelo en la Alta Sierra, en la que dos viejos cowboys muy tristemente venidos a menos, en un mundo que ya no les pertenece, se ven embarcados en una última aventura. Uno ha decidido enderezar su vida en su último capítulo y el otro, arrumbado en una feria ambulante de exhibición de lo que fue el oeste, desea un golpe de suerte que le saque de la pobreza. Los dos grandes amigos, acompañados por un jovenzuelo que tiene todo que aprender, los dos, que han vivido mil aventuras, el honorable y el pillo, deben transportar una gran cantidad de oro por un terreno espinoso.
Joel McCrea está persuadido de que en la vida sólo merece la pena poder echar una mirada limpia sobre el propio pasado. Randolph Scott desea pasar por la inutilidad de la vida lo más cómodamente posible. No tarda mucho éste último en traicionar al primero e intentar robar el oro. McCrea lo impide y Scott le dice: el oro sólo le dolerá a los banqueros, a lo que McCrea repone: pero a mí me duele tu traición, porque tú eres mi amigo. Se que soy un anticuado y un imprudente, porque no sería raro que el futuro me trajera una situación en la que deba elegir por mantener yo también la limpieza de lo que miro en mí, pero se me hace difícil no sentir el dolor de ambos. Porque sin lealtad la amistad no es nada. Pero como gran película que es esta, pronto aparece la ocasión de redimir el pecado y la épica vuelve a la pantalla y nos faltan las palomitas y los amigos con los que comentar cada escena y el pañuelo con el que llorar el último fotograma, cuando los ojos se levantan hacia las montañas y se da por bien pagado el último aliento.
Por mucho crespúsculo, Peckinpah vuelve a lo de siempre, a lo que nunca cambia porque es verdad, porque sin ello la vida no es nada. Hace poco se lo leía al gran Rafael Gambra. La vida debe hacerse con dos verdades: sentido y maduración. Y de eso, nada más ni nada menos, trata esta hermosa película.

jueves, 16 de agosto de 2007

Alec Guiness y el Padre Brown

Mirad lo que hemos encontrado en un interesante blog, que os recomendamos también por muchas otras cosas. Espero que no le moleste que lo hayamos pirateado. GRACIAS, TEODORO.

La conversión de Alec Guiness contada por él mismo


Debido a la considerable insistencia del respetable he decidido sacudir mi pereza y no solamente buscar el libro de Alec Guiness que mencionaba en una entrada anterior (Blessings in Disguise) sino además transcribir y por el mismo precio traducir el pasaje donde el actor narra su particular "caida del caballo" o al menos una de ellas.

Pongo primero la versión inglesa y luego la española. Conste que como siempre me quejo de las malas traducciones de libros, he puesto un muy considerable esfuerzo en hacer una buena traducción. De modo que protestas....... al maestro armero.

En inglés:


My friendship with Cyril Tomkinson had reduced my anti-clericism considerably but not my anti-Romanism. Then carne the film of Father Brown, directed by my very good friend Robert Hamer (who had been responsible for Kind Hearts and Coronets) and on location in Burgundy I had a small experience the memory of which always gives me pleasure.-Even the fact that, having done insufficient work and taken instructions in the script for granted, I was inconrrectly dressed for a Catholic priest didn't seem to matter.

Night shooting had been arranged to take place in a little hill-top village a few miles from Macon. Scaffolding, the rigging of 1ights and the general air of bustle caused some excitement among the villagers and children gathered from all around. A room had been put at my disposal in the little station hotel three kilometres away. By the time dusk fell I was bored and, dressed in my priestly black climbed the gritty winding road to the village. In the square children were squealing, having mock battles with sticks for swords dustbin lids for shields; and in a café Peter Finch, Bernard Lee and Robert Hamer were sampling their first Pernod of the evening. I joined them for a modest Kir, then discovering I wouldn't be needed for at least four hours turned back towards the station. By now it was dark. I hadn't gone far when I heard scampering footsteps and a piping voice calling, 'Mon pere!'. My hand was seized by a boy seven or eight, who clutched it tightly, swung it and kept a non-stop prattle. He was full of excitement, hops, skips and jumps but never 1et go of me. I didn't dare speak in case my excruciating French should scare him. Although I was a total stranger he obviously took me for a priest and so to be trusted. Suddenly with a 'Bonsoir mon pere!' and a hurried sideways sort of bow, he disappeared through a hole in a hedge. He had had a happy, reassuring walk home, and I was left with an odd calm sense of elation. Continuing my walk I reflected that a Church which could inspire such confidence in a child, making its priests, even when unknown, so easily approacheable could not be as scheming and creepy as so often made out. I began to shake off my long-taught, long-absorbed prejudices.


Y ahora en español:

Mi amistad con Cyril Tomkinson había dulcificado mi anti-clericalismo pero no mi anti-Catolicismo. Fue entonces cuando rodamos la película sobre el Padre Brown, dirigida por mi buen amigo Robert Hamer (responsable de la película "Ocho Sentencias de Muerte") y en los exteriores de Borgoña tuve una pequeña experiencia de cuyo recuerdo siempre he disfrutado. Incluido que, habiéndolo trabajado poco y tomando por descontadas las instrucciones del guión, no parecía importar el hecho de estar incorrectamente vestido como para parecer un cura católico.

Habíamos sido citados para una sesión nocturna de grabación en un pueblecito situado encima de un cerro a algunos kilómetros de Macon. Los trabajos de andamiaje e iluminación, y el ambiente de bullicio general causaron bastante alboroto entre los habitantes del pueblo, reuniendose niños de todos los alrededores. Tenía a mi disposición una habitación en un hotelito de paso que se hallaba a tres kilómetros de distancia.

Hacia el anochecer me encontraba aburrido y por tanto, vestido con mi negra sotana, subí por el serpenteante y polvoriento camino hacia el pueblecito. En la plaza los niños chillaban en medio de infantiles batallas con palos por espadas y tapas de cubo de basura por escudos. En un café Peter Finch, Bernard Lee y Robert Hamer disfrutaban del primer Pernod de la velada. Me uní a ellos con un modesto Kir [cocktail a base de cassis y vino blanco]. Entendiendo que no se me necesitaría hasta pasadas por lo menos cuatro horas me volví a mi hotel. Para entonces ya era de noche. No había caminado mucho cuando escuché unos pasos apresurados y una voz aguda que me llamada "Mon pere!" [¡Padre! o ¡Señor cura!]. Un chico de siete u ocho años me tomó de la mano y la apretó fuertemente, balanceándola mientras mantenía un parloteo incesante. Estaba totalmente alborotado, saltando y brincando, pero nunca dejaba de agarrar mi mano. No me atreví a hablar por miedo a que mi horroroso francés le pudiera asustar. Aunque era un absoluto desconocido el chico obviamente me tomó por un cura y consecuentemente por alguien de quien se debía fiar. De repente con un "Bonsoir mon pere!" ["Buenas noches padre" o "Buenas noches señor cura"] y una deslabazada reverencia, despareció por un agujero de un seto. El chico había disfrutado de un alegre y tranquilizador paseo a casa, y a mi me dejó con un extraño y sosegado sentimiento de euforia. Mientras seguía caminando se me antojaba que una Iglesia que podía inspirar tal confianza en un niño, haciendo de sus sacerdotes, incluso cuando eran unos desconocidos, tan sencillamente accesibles no podía ser una institución tan intrigante y aterradora como solía ser descrita. Empecé a sacudirme de encima mi tan largamente aprendidos y absorvidos prejucios.

Por cortesía de http://embajadorenelinfierno.blogspot.com

viernes, 3 de agosto de 2007

LA DAN POR LA TELE.
Pues eso. Y como a Oscar le gusta, pues me he acordao. No estoy inspirado. Esto es sólo para mantener un hálito vital en mitad del estío. (¿o era hastío? ¿o tal vez hestío; astío; su tío?) Esto de la gramática siempre se me dio fatal).

jueves, 19 de julio de 2007

ESTO ESTÁ MUY PARADO




Pues eso. Me apetecía escribir algo sobre la evolución de los contenidos en el cine, a propósito de que acabo de ver El Diablo viste de Prada y rever Una Cara con Ángel. Pero me falta entre medias la película de Robert Altman, que querría revisar. Ya veremos. Entre tanto, ahí os dejo los carteles de las tres. Buen verano.

FELICIDADES


No me resisto a poner una foto relacionada con la efemérides de 1936 y no con la de 2000. Espero que Antonio la vea en su día. Besotes.

miércoles, 27 de junio de 2007

Esos dulces tragos de lejía



Hay películas que abrasan el gaznate cuando se engullen pero que van endulzando el paladar a medida que bajan al estómago. Son devastadores e implacables tragos de lejía, filmados sin ninguna concesión, en la que los actores apenas gesticulan pues son sus acciones las que interpretan la película. En ellas, se confabulan todos los que participan para opacar la luz, intervenir el discurrir del tiempo, anular lo superfluo y sajar el corazón de los espectadores con sinceridad y amor.
No me refiero a las películas que reconstruyen la terrible experiencia vital de un heroinómano, o las muy ridículas que tratan de asesinos que tienen anestesiada su humanidad. No. Se trata más bien de asomarse al pozo oscurísimo que realmente está con nosotros y contra el que, en ocasiones, en tan tantas ocasiones, la lucha por que prevalezca el bien exige la propia destrucción.
Una hermosísima descripción de los abismos del alma está en la mayor, mejor y más maravillosa película de la historia: Centauros del Desierto. Se ve en los rostros desencajados de Ethan, en su inacabable odio que desemboca en el conmovedor abrazo que da a Natalie Wood. También en el inigualable plano final cuando Wayne vuelve la espalda a la cámara y se aleja transfigurado por el amor.


Otro ejemplo es el que me incitó a escribir estas líneas y vino sugerido, cómo no, por nuestro buen Remington: Camino a la Perdición. El desarrollo argumental de esta inmensa película no valdría nada, pero nada, sin el triunfo fatal de Michael Sullivan. Una victoria extraordinaria contra el mal que también sólo el amor puede conseguir. A sueldo y sin remordimientos, Sullivan se desliza suavemente en el mal hasta que éste le alcanza, pues esta es la inercia del mal. Y ante el precipicio de perder no su alma, sino la de su hijo, es el amor quien rescata a Sullivan, quien le arrebata de la misma barba del maligno para siempre cuando las balas de Maguire (Jude Law), le atraviesan.
Historias que se ven entre la melancolía de saber que no se nos ahorrará el sacrificio y la certeza de que la recompensa es desmedida.

martes, 26 de junio de 2007

Sabrina (y sus amores)

Bueno, pues a petición de Oscar os contaré un poco más (no demasiado) de la peli de mi anterior post. Para empezar, contestaré a vuestros irónicos comentarios sobre la sierra californiana de Asaltacunas. Y a esto, precisamente, viene el título del post. Porque debo reconocer que me sorprende que os escandalicéis de la evidente distancia que separa a los protagonistas de mi cartel, a la vista de los parteneires que le endilgaban a la inefable Audrey (1929), en algunas de sus películas más celebradas:

-Rex Harrison, nacido en 1908 (My fair lady). Le llevaba veintiún años.
-Cary Grant, de 1904 (Charada). Veinticinco años, si las cuentas no fallan.
-Humphrey Bogart, 1899 (Sabrina). Y ya son TREINTA.
-Fred Astaire, también de 1899 (Una cara con angel).

Ante esto, ¿quién puede sorprenderse de que la emparejaran con Gary Cooper? Por lo menos él es del siglo pasado, y no del XIX. Está bien, está bien, por poquito, nació en 1901, pero ya es el siglo XX. Y después de todo, él era el galán por antonomasia, aunque estuviera ya en sus años otoñales. Y los que hemos visto al casi anciano Sean Connery (1930) haciendo algo más que amistad con Catherine Zeta-Jones (1969) o a Harrison Ford (1942) con Anne Heche (también 1969), no deberíamos extrañarnos por este tipo de cosas.

En fin, Gregory Peck, de 1916, y el que fue su marido, Mel Ferrer, de 1917, nos parecen ante esto los compañeros adecuados, aunque en realidad le llevaban doce y trece años. Sólo George Peppard era de su edad (bueno, de 1928, pero aceptaremos pulpo como animal de compañía).

Y tras esta impagable labor de archivera, hablemos ya de la peli. No quiero contaros mucho, porque me parece que no la conocéis, y sería una pena destripárosla.

Sólo deciros que se filmó usando velos en las cámaras para disimular las arrugas de Cooper, con poco éxito por cierto, se le ve viejísimo, aunque todavía guapo.

Que es muy Wilderiana por muchas cosas, entre las que yo destacaría sobre todo tres:
-El permanente juego del engaño de la protagonista.
-Ese cuarteto húngaro, que nos hace pensar casi en Lubitsch.
-Y lo divertidas que son algunas escenas, en especial la borrachera de Mr Flanagan.

Que tiene una banda sonora que me encantó, con el vals "Fascinación", que todos reconoceréis si lo oís.

Que acaba en un tren, después de una escena de estación, lo cual, como supondréis, también me gustó. Otra película de Wilder con trenes.

Y que, la verdad, es una peli de chicas, pero con mucho encanto, con todo el saber hacer de ese trío de ensueño que es Wilder-Cooper-Hepburn.

domingo, 24 de junio de 2007

jueves, 21 de junio de 2007

PEQUEÑA MISS SUNSHINE (LITTLE MISS SUNSHINE, 2006)



Directores:

Jonathan Dayton y Valerie Faris
Guión:
Michael Arndt
Reparto:
Abigail Breslin ... Olive
Greg Kinnear ... Richard
Paul Dano ... Dwayne
Alan Arkin ... Grandpa
Toni Collette ... Sheryl
Steve Carell ... Frank

Por fin he visto Pequeña Miss Sunshine y, sí, me ha gustado mucho. De hecho, si la hubiera visto antes, le habría hecho un hueco en mi post sobre los cuentos de hadas. Sin embargo, mientras la veía, venía a mi mente la exitosa, oscarizada, y tremendamente amarga American Beauty. No sé si a vosotros os gustó, pero yo recuerdo esa historia, una durísima crítica de la american way of life, y una deliberada negación de los valores que reinaban en el cine americano clásico, como una película desencantada y cínica, individualista e inmoral, envuelta en un pesimismo casi insalvable, solo atenuado por el detalle de hombría que demuestra al final Kevin Spacey al no beneficiarse a Mena Suvari. Little Miss Sunshine apuntaba esas mismas maneras, y, a pesar de ello, es radicalmente distinta. El personaje de Greg Kinnear recuerda muchísimo al de Annette Bening, ambos con esa obsesión por el éxito que parece abocarlos irremediablemente a la infelicidad. Y los consejos del abuelo nos hacen pensar en la actitud de Kevin Spacey: lo único que importa en la vida es disfrutar al máximo. También Dwayne, el hijo mayor, recuerda un poco a la hija incomprendida de Spacey y Bening. No parece sentir ningún afecto por sus padres, y detesta la sociedad en la que vive.

La verdad es que uno, al ver a esa familia, diría que el término friki se inventó para ellos: el abuelo cocainómano, el tío suicida, el hermano silencioso,… y Olive, la protagonista, una niña de ocho años adicta a los concursos de belleza. Sólo la madre parece mantener en cierta medida la cordura, pero la tentación del divorcio planea sobre su cabeza como un buitre. La inicial declaración de principios de Dwayne, “Odio a todo el mundo.¿Y tu familia? A todo el mundo”, no presagia una de esas pelis alegres y optimistas de las que tanto me gustan. Pero, a lo largo del disparatado viaje que emprenden, un poco forzados por las circunstancias, un poco buscando un asidero al que agarrarse para no caer en el cada vez más inevitable desastre, vamos dándonos cuenta, y ellos van dándose cuenta, de que el motivo que parece moverlos inicialmente (en algo tenemos que triunfar, algo tiene que salirnos bien) va cambiando por otro mucho más generoso y más alegre: lo que quieren en realidad es hacer feliz a la pequeña Olive, y cumplir ese deseo merece cualquier esfuerzo. Conforme recorren en la vieja VolksWagen el medio oeste americano todos van descubriendo que se quieren más de lo que ellos mismos imaginan, y que además es ese cariño lo que da sentido a sus vidas. Cuando por fin vemos al resto de las concursantes del certamen infantil sabemos que el triunfo es imposible. Olive y su familia no tienen cabida en ese mundo de Barbies en miniatura. Pero no nos importa. La auténtica victoria de Olive radica en que, gracias a ella, todos aprenden, y dejadme que cite a Tom Wingo, a quererse unos a otros “con toda su defectuosa y escandalosa humanidad”.

Hablemos ahora un poco de los actores; aunque de la pequeña Abigail Breslin ya se ha dicho y escrito mucho. Creo que este año estuvo nominada a todos los premios de cine americano, salvo quizá al Globo de Oro. Pero en realidad el protagonismo en esta historia está muy repartido, y hay más menciones que hacer. Empezando por Greg Kinnear: hay que ver lo bien que se le da a este chico hacer de pringadillo; ha sido el hermano abandonado en el remake de Sabrina, el novio abandonado en You’ve got mail, el vendedor fracasado en The Matador, y, por supuesto, ha sido el pintor Simon Bishop, Simon el maricón, en As Good as it gets. Una vez más, no nos defrauda: es un auténtico perdedor. En cuanto a Toni Collette, parece que también se especializa en el papel de sufridora madre de familia, después de lo bien que llevó tener por hijo al pirado en The Sixth Sense. Alan Arkin está convincente como el abuelo ácrata, y Steve Carell realiza posiblemente el papel más digno y serio de su carrera. Aunque yo no lo he visto en ninguna otra película, los títulos “Virgen a los cuarenta” y “Como Dios” no son muy prometedores. Creo que ahora se dispone a estrenar una peli sobre el Agente 86, Maxwell Smart. Pero a pesar de esta horrible carta de presentación, aquí lo hace muy bien, está incluso enternecedor. Y el para mí totalmente desconocido Paul Dano completa esta demencial familia encarnando con mucha solvencia al hijo inconformista.

En fin, una película optimista sobre el valor de la familia y la superación de las dificultades. Vale la pena.

miércoles, 6 de junio de 2007

Deseando Amar (Fa yeung nin wa ).


Director: Kar-wai Wong
Reparto:
Tony Leung Chiu Wai,
Maggie Cheung,
Ping Lam Siu,
Rebecca Pan,
Lai Chen,
Tung Cho Joe Cheung,
Man-Lei Chan,
Kam-wah Koo

Hace algunos meses, Remington me dirigió hacia esta película. Desde hacía algún tiempo tenía yo en reserva la película 2046, de este mismo director. Sin embargo, una indecible atonía que me ha acompañado todo este curso académico, me proporcionaba la pereza suficiente como para no querer verla.
Un inevitable espíritu de competencia (con Remington), me decidió a ver esta "Deseando Amar". Me encantó. Literalmente. Quedé hechizado por la música, por el ritmo de la cinta, por los actores y por lo que contaban. Por los puestecillos de comida rápida (¡ah, si los coreanos hubieran promocionado más esta faceta suya!), por los vestidos de la protagonista, por las partidas de un juego desconocido que se llama Mahjong y que duran más allá del amanecer.
El film, en apariencia, no cuenta nada. Dos matrimonios jóvenes se mudan a apartamentos contiguos. Uno de ellos es una suerte de casa de huespedes regentado por una simpática matrona. La historia gira alrededor del marido de uno de los matrimonios y de la mujer del otro. Sus respectivas parejas están siempre de viaje, trabajando, y ellos pasan el tiempo solos, comiendo en sus habitaciones, casi siempre pensativos y melancólicos.
El, siempre pulcro y aliñado, amable, simpático e inteligente. Ella, de tipo perfecto, embutida en hemosos vestidos estampados de cuello chino, es el complementario perfecto de él. El espectador espera que pronto vayan enredándose, que salgan juntos, que vayan al café y al cine, que hablen y se sinceren, vamos, ¡que se líen cuanto antes!
Pero eso es sólo la apariencia. El interés que se van mostrando el uno al otro no es por ellos mismos, sino por sus ausentes parejas, por la inconsolable certidumbre de que esos sí que se han liado entre sí.
El pesar de los protagonistas queda claro, pero falta un detalle por desvelar, detalle por el que se interroga él en alguna ocasión: el por qué. ¿Qué les ha llevado a amarse, a esos dos desconocidos? No lo entiende. Y así, la relación de nuestra pareja va de episodio en episodio, casi sin tocarse, sin amarse. Hasta que el amor hace su entrada y al levantar ese velo, ambos sólo ven tristeza. Una hermosa melodía, repetitiva y limpia como las cuerdas que la interpretan, empuja este desvelamiento y Nat King Cole canta en castellano "Aquellos ojos verdes" para acabar de enmarcar su pena. Una pena que es doble por el dolor de encontrar a quien se ama amando a otro y por el dolor de comprobar que de esa traición también son ellos capaces. El final de la película enseña que ambos recuperan sus amores originales y que se pierden mutuamente en el espacio y el tiempo. Pero esa, es otra historia.

miércoles, 30 de mayo de 2007

lunes, 28 de mayo de 2007

Mujeres de las que enamorarse, hombres con los que ir a la guerra


En una ocasión, al conocer a un grupo de hombres y mujeres hispanoamericanos se me ocurrió decir la frase que titula este post. Entre ellos, luego fui cerciorándome de mi acierto, había de las unas y de los otros.
En el cine abundan los personajes con los que nos encerrariamos para siempre en sus historias. Yo no se si estoy de acuerdo con Michael en sus preferencias pero, como repite un famoso bloguista: cada uno es dueño de sus preferencias. No, no, no estoy siendo justo: Mo Cuishla...¡ay, Mo Cuishla! O los personajes de Ingrid: esa Ilsa que le destroza la vida al bueno de Rick. ¡Qué debilidad!
Pero hay grandes casos: ¿cómo no ha aparecido por aquí nuestra adorada Maureen, cuando aún la dulzura embellecía su sonrisa pícara por los verdes prados irlandeses? ¿O aquella jovencísima Angie Dickinson (Feathers) que se permite estar de vuelta con el Sheriff Chance (John Wayne) en Río Bravo? Con Joy Gresham (Debra Winger) hubiera bastado con ayudarla a bajar de un tren, o saludarla tras la conferencia de un famoso experto en literatura británica, para caer rendido a sus piés. Cruzarse por Paris con Valentine Dussot (Irene Jacob) e irse tras ella hubiera sido todo uno. Y sí, yo también le hubiera dicho a Cora Munro "mantente viva, yo iré a rescatarte", y ni un millón de Hurones hubieran podido detenerme. Hasta la un poco pesada Señora Pedecaris habría merecido una guerra con los Estados Unidos de América* (salvando las distancias, nunca entendí que Helena lo mereceriera, la verdad).
Y qué decir de ellos, de nuestros camaradas: un T.E. Lawrence marchando hacia Akaba, un William Wallace arengando en la llanura a sus hombres, casi cualquier personaje de John Wayne, un Jeremias Johnson en mitad de la hermosa Utah, Cary Grant en Gunga Din, Beau Geste, los perdedores íntegros de Bruce Willis, Henry Fonda en 12 hombres, Spencer Tracy en aquel pueblucho de morondanga manejado por Robert Ryan, Hornblower enfrentándose a las fragatas españolas (¡cachis!) o Aubrey a un carguero de línea francés... Por supuesto, que todos nacieron en la imaginación de alguién pero, de haber existido, a todos ellos se les podría haber dicho lo que ya se dijo de un gran hombre que sí existió: cuando todo falle y estés en situación desesperada, ponte de rodillas y ruega a Dios para que te envíe a Shackelton

* [Por cierto, ya sabéis que la famosa frase de esta película (vos sois como el viento -Rooselvelt se entiende- que está en todas partes, pero yo, como el león, debo quedarme en mi tierra...o algo así), fue muy otra y dirigida al coronel español Fernández Silvestre: el Raisuni era como el mar y Silvestre como el viento, un desafío, una amenaza.]

domingo, 27 de mayo de 2007

Y CREO QUE ELLAS TAMBIÉN SE LO MERECEN

E Inman también lo creía. ¡Lo que penó por esta chica!

sábado, 26 de mayo de 2007

LAS HIJAS DE LAS MADRES QUE AMÉ TANTO (me besan hoy como se besa a un santo)



Bueno. No tenía muy claro si titular así el post o "Maribel Larumbe Lara, que nació en Valladoliz". En cualquier caso, ahí va.
Siempre he pensado que lo más importante de una película es la historia que cuenta. Es posible (admito la crítica que se me haga) que esto sea porque no se apreciar el resto de cosas: dirección, fotografía, vestuario, efectos de sonido...ni flauers. Yo se si me ha gustado la historia, y cómo me la han contado los personajes: si me he creido las interpretaciones y si les voy a echar de menos cuando acabe la película.
Por eso me apetecía hacer un post homenajeando a las mujeres de las que todos nos habríamos enamorado (bueno, casi todos al menos), y que como son personajes de ficción, murieron hace mucho tiempo, o simplemente viven lejos, nos tienen condenados a la soltería impenitente.
En la foto de cabecera aparece no se si una o dos de las mujeres de bandera del cine. En cualquier caso está claro que la muy buena señora Hamilton no es una de ellas. Pero la que seguro que lo es es Cathy Escarlata O'Hara. El papel de Vivien Leigh en Gone With the Wind es colosal, estareis de acuerdo. Es tan guapa, tan mala, tan altiva, tan dura y con una mirada de tigre tan penetrante que cuando con 15 años (manda lo que manda) me mandaron a dormir a mitad de película porque no era para niños, ya me había enamorado irremisiblemente de ella. Busqué una foto de la escena en que mata al desertor yankee. ¡Con qué cara lo mira!, pero no la encontré. Pero la película entera está lena de momentos en que llena la pantalla. Cuando mueve el trasero en la fiesta en Atlanta en la que no puede bailar porque esté de luto, cuando ayuda a Melita en el parto, cuando pone a Dios por testigo de que no volverá a pasar hambre, cuando arroja la tierra roja de Tara a la cara del capataz vendido, cuando busca a Reth Buttler entre la niebla...¿no es maravillosa? Pues es un personaje de novela. Hay que fastidiarse.
Nary Mc Gregor. La amantísima esposa de Rober Roy Mc Gregor de la novela de Walter Scott encarnada en la pantalla por Jessica Lange. Es, sencillamente la mujer perfecta. Montañesa, dura, guapa, digna, católica. Conoce a su marido y lo complementa. Valora su dignidad y su honor y arrostra lo que haga falta por el bien de su familia. No soporta la villanía y comprende que su marido arriesgue su vida en una apuesta casi perdida por la defensa del nombre de los Mc Gregor, y la virtud de su mujer. Chesterton la podría haber mencionado al hablar de mujeres para las que "un cierto tipo de amor romántico no constituía su entera existencia" y sin duda habría sido la novia más peligrosa para el paciente del novato orugario en las Cartas del Diablo a su Sobrino de Lewis. ¿No es maravillosa? Pues de novela también.
Karen Blixen. Esta no es un personaje de novela, aunque las escribió. No tiene nada que ver con las anteriores. Es descreída, no valora el matrimonio (aunque llegará a hacerlo con el paso de los años), y antes de casarse por huir de la soledad es casi acomplejada; casquivana y superficial. ¡Pero cómo cambia! La cambian África, y Farah, y los Kikuyu. La cambian su porcelana de limoges, sus niños y su escuela. La sífilis y el egoismo de "sus hombres". También es maravillosa: fuerte y ejemplar, capaz de humillarse por dar lo mejor a los suyos. Nunca volvió a África.
Esto sería muy largo. Voy a nombrar sólo a otras fantásticas: Margo Channing y la malísima Eva son de quitarse el sombrero. Para enamorarse es Alicia Huberman en Encadenados o Constance Petterson, en Recuerda. Merece una mención, sin duda, Mi amor, mi sangre: Maggie Fitzgerald, absolutamente adorable y cuyo final es espantoso.

Y, top of the tops, la lujer 10. La que inspira epopeyas sin parangón con héroes, luchas a espada, gigantes, villanos, milagros, amor verdadero...

martes, 22 de mayo de 2007

RIELES EN LA PRADERA


Remington me lanza un guante-lete (¡ZAS! la ceja a hacer puñetas): me sorprende que no hayas citado ninguna película del Oeste en la que haya trenes.
¡Ay, ay, ayay, Remington! (es que ayer estuve de compadreo con unos mexicanos), pues tienes toda la razón. En el comentario a tu post, sólo cité a los Hermanos Marx en el Oeste. Entiendo tu decepción. Sin embargo, no obstante, y a pesar de todo, creo que puedo corregirme. Veamos.
El cine siempre nos deja imágenes que se nos quedan grabadas: ahí están Paul Newman y Robert Redford que acaban de asaltar el tren y poner la dinamita en la caja fuerte cuando...la explosión proyecta pedazos, polvo y fuego sobre sus figuras encogidas. Dos hombres y un Destino.
El mal viene en un tren que no se ve en hora y media. Frank Miller y sus secuaces viajan para matar a un solitario Gary Cooper. El tren no se ve, pero está en todos y cada unos de los angustiosos minutos de ese peliculón de Fred Zinemman. Sólo ante el Peligro.
Otra historia parecida es la de un granjero que caza a un forajido y tiene que esperar el tren para entregarlo a la justicia. El granjero veo ahora que era Van Hefling y el forajido Glen Ford. He tenido que ir a buscar el título. El tren de la 3:10 a Yuma.
Una banda asalta ferrocarriles. Un duro y callado agente de la compañía ha de descubrir que su mejor amigo es el responsable. Una película muy, muy, muy menor del más bajito de los duros del Oeste (es que trabaja Alan Ladd). Smith el Silencioso.
Más de sabotajes, o mejor, los sabotajes más famosos de la historia del western (aunque la mejor obra sobre la cuestión salió de la pluma de Morris y el ingenio de Gosciny y cuyo título he plagiado para este post). No estoy seguro, pero creo que en esa película está esa escena en la que se prende fuego a un puente de madera sobre el que pasa in extremis el tren antes de derrumbarse. Muy posteriormente, Jean Michel Charlier y Jean Giraud (el conocido dibujante de comics Moebius), usaron esa escena y algunas partes de la película, espero que fuera esa, en los mejores albumes del teniente Blueberry (El caballo de hierro, la pista de los sioux, El hombre de la mano de hierro y el general cabellos rubios. El director Cecil B. De Mille y entre los actores recuerdo a Barbara Stanwyck. Union Pacific.
Me bajo a la calle con los niños, a lo peor recuerdo alguna más.

lunes, 7 de mayo de 2007

TRENES DE CINE

Os dije en un post anterior que quería colgar algo sobre trenes. Siempre me han gustado mucho los trenes; influencia de mi padre y de mi abuelo, recuerdo de infancia,… no sé. Pero además es que me resultan muy cinematográficos, no por nada, sino porque los hemos visto tantas veces, en tantas películas,…Los trenes están estrechamente unidos a la historia del cine desde sus comienzos, y no hay antología que se precie que no tenga entre sus títulos El Maquinista de la General.

Algunos directores creo que les tienen particular cariño, y el ejemplo más significativo es David Lean; el ferrocarril es para él más importante que sir Alec Giness, que ya es decir. Y ya desde el principio de su trayectoria: Breve Encuentro gira enteramente en torno a un tren y una estación. Por cierto que en el remake protagonizado por Robert de Niro y Meryl Streep, con menos encanto, también juega el tren un importante papel. Algunas de las escenas más hermosas de Lawrence de Arabia tienen que ver con un tren, y todo el mundo recuerda a Lawrence, de blanco inmaculado, de pie sobre un vagón mientras los hombres de Auda saquean lo que pueden, y un oficial inglés discute con el lider de los guerreros nómadas sobre la ética de la guerra: “Usted también se irá a su casa cuando consiga lo que quiere. No, yo no. Entonces es que es estúpido.” También en Doctor Zhivago el tren atravesando la estepa nevada ha dejado fotogramas inolvidables. ¿Y qué decir de El Puente sobre el Río Kwai? Todo el film gira en torno a dos preguntas, que dividen el argumento en dos partes, ambas igual de emocionantes: ¿Conseguirá el implacable coronel Saito doblegar la férrea voluntad del coronel Nicholson? ¿Conseguirá el tren japonés cruzar el puente? Por supuesto, en Pasaje a la India también vemos trenes, y no logro recordar si Katharine Hepburn, la solterona americana que llega a Venecia para enamorarse perdidamente de Rossano Brazzi en Locuras de Verano, llega en tren o no, pero es muy posible. De todas las películas de Lean que he visto, creo que en la única que no sale ningún tren es en la maravillosa y perfecta “La Hija de Ryan”.

A Alfred Hitchcock también le gustaban los trenes: vienen ahora a mi mente el de La Sombra de una Duda, en el que el malvadísimo (pero qué guapo) Joseph Cotten intenta asesinar a su sobrina; el de Con la Muerte en los Talones, donde Cary Grant y Eve Marie Saints inician (y también culminan) un apasionado romance; y, por supuesto, el de Extraños en un Tren; pero posiblemente no sean los únicos.¿Alguien se acuerda de más?

Hay otras muchas películas que permanecen en nuestra memoria unidas a la imagen de un tren. Por supuesto Con Faldas y a lo Loco, con escenas tan divertidas como la de Sugar perdiendo la petaca ligas abajo, y, sobre todo, la improvisada fiesta nocturna en la litera de Jerry/Daphne; la preciosa Dumbo, donde la locomotora parece tener vida propia; El Hombre Tranquilo, que Los Amigos de la Arena ya hemos visto y comentado en este blog (sí, sí, recordad a ese furioso Sean Thornton dando portazo tras portazo en busca de una cada vez más apocada Mary Kate); y también algunos vehículos de entretenimiento, no tan estupendos, pero bastante logrados en mi humilde opinión, como Testigo Accidental, con Gene Hackman y Anne Archer, o El Puente de Cassandra, con Sophia Loren y Richard Harris. La lista es interminable y esto no pretende ser exhaustivo, sólo traer a la memoria algunos de los fotogramas de trenes que más nos han hecho disfrutar. Y seguro que me estoy dejando muchas en el tintero. Por hacer una concesión al cine europeo, y dejando bien claro que a mí me pareció un tostón, nombraré aquí Ese Oscuro Objeto de Deseo.

Conforme escribía este párrafo pensaba que no son sólo los trenes, también las estaciones resultan muy cinematográficas. La aparición de Marilyn Monroe moviendo las caderas en el andén de la estación de Chicago es tan sexy que parece que hasta el tren resopla y silba cuando la ve. Para mí es inolvidable Liza Minelli/Sally Bowles agitando sus uñas esmaltadas de verde (“sofisticadas, ¿verdad?”) mientras se despide de Michael York sin volver la cabeza también en el andén de una estación, esta vez la de Berlín. Y Kevin Costner salvando al bebé mientras tirotea a los malos de Al Capone, en una escena que sería absolutamente genial si no fuera porque ya había sido rodada (no pretendo ser condescendiente aclarando que por Eisenstein en El Acorazado Potemkin, es que yo lo sé hace bastante poco). Las inenarrables explicaciones a John Wayne en la estación de Castletown sobre cómo llegar a Innesfree también son difíciles de olvidar, menos mal que aparece Michaleen Flynn para resolver la situación. Tengo la sensación de haber visto en varias películas la Grand Central Station de Nueva York, aunque ahora mismo no podría decir en cuáles. Se admiten sugerencias.

En fin, si este post os hace pensar en otros trenes, estaría bien que hicierais comentarios al respecto, porque seguro que faltan un montón. Espero haberos traído gratos recuerdos. Ya me contaréis.

miércoles, 2 de mayo de 2007

Cambio de la Galería Inmortal

Por fin cambié las imágenes de la Galería Inmortal. Lo cierto es que pesaban un montón y la carga de la página se hacía muy lenta. Sólo he mantenido la de Orson, porque es genial. Si queréis incluir más fotos, adelante. Pero que no pesen mucho. Saludos.

sábado, 28 de abril de 2007

Muertes sin odio


El otro día, me ví en un foro en el que suelo participar justificando a Tom Dunson, el personaje que interpreta John Wayne en Río Rojo. Un amigo, no sin razón, apuntaba que Wayne se pasaba la película matando gente, enterrándola con sus propias manos y rezándoles un responso. Buñuelesco, decía. Mi replica decía esto:
"En Río Rojo, se narra la historia de una ambición que no tiene fin, la de Wayne dispuesto a tener la mayor explotación ganadera de un inmenso territorio. La escena del asesinato del charro-malo es más divertida de lo que cuentas: el charro, profesional de expulsar a todo el que pasa por la pradera infinita, advierte a Wayne de que aquello tiene propietario, pues a su amo se la regaló el Rey de España. Es entonces cuando Wayne le repone: y aquel se lo quitó a otro, pues yo se lo quito a tu amo. El charro le explica que a él le pagan por que eso no pase y que la cosa no quedará ahí, a lo que Wayne asiente con un gesto. Entonces se produce el tiroteo. Nada es personal. En el cine del Oeste, y en el de Hawks, hay mucho de esto: enfrentamientos inevitables que no son conducidos por el odio. No es personal. Por eso no es tan buñuelesco el detalle de los entierros y las oraciones. Por ejemplo, ocurre también en El Dorado, cuando Wayne y un pistolero profesional se enfrentan al final de la película. Wayne, paralizado por una vieja herida, no puede mover la mano derecha y, usando un truco, logra abatir al profesional. Cuando se aproxima, el moribundo pistolero, con una sonrisa, le dice: me quedo sin saber quién de los dos era el más rápido.
Cuando ví Río Rojo me quedó la sensación de que querían contarme que en la frontera, donde la ley no existe, donde cada cual toma lo que puede e intenta que los demás no hagan lo mismo, el único resquicio de humanidad está en que la muerte no es algo personal, es mera supervivencia."
El enfrentamiento sin odio es un tema muy común en los western, igual que lo es el de la destrucción a la que el odio lleva: estoy pensando en Colorado Jim -James Stewart- y su sufrimiento al comprobar que se está convirtiendo en lo que aborrece por entregar a Robert Ryan vivo o muerto -claro, que tenía a Janet Leigh para recordarle qué es lo bueno-; y, sobre todo, en Ethan Edwards y su camino a la perdición en busca de Nathalie Wood.
En efecto, en el Western no es raro que dos amigos, o dos que se respetan y admiran, se encuentren abocados a un enfrentamiento fatal con el ánimo desanimado y el gesto de "nomedejasotraalternativajoe". En Duelo en la Alta Sierra, de Peckimpah, Joel Maccrea y Randolf Scott van camino de acabar en esa misma situación inevitable, a la que les lleva su propia naturaleza, en la que se mezcla la amistad, la lealtad y, también, el que en la esencia del alacrán está el picar. Cada uno de ellos lamenta en el alma enfrentarse a quien respeta y quiere. Hay en estos estereotipos de las películas del Oeste, un claro parecido con los valores de las novelas de caballería. Estos modernos guerreros, armados con sus colt y sus winchester, están preparados para una guerra que no buscan, que evitarán por todos los medios y que llevarán hasta su último término si no hay más remedio, pero con respeto y piedad hacia el enemigo.
Un caso muy diferente es el que me recordaba Remigton: la pavorosa escena de Sin Perdón, cuando William Munny (Clint Eastwood) dispara a uno de los muchachos en un cortado. El chico se desangra y aúlla porque alguien le de agua. Pero ninguno de los que le acompaña tiene valor para abandonar su refugio. La escena se demora en su sufrimiento y el público se remueve en las butacas. Incluso Munny no puede soportar la agonía y grita: "¡por el amor de Dios, dadle agua!" A pesar de ser su ejecutor, Munny no siente odio hacia el muchacho, está ejecutando la decisión de otro, la justicia de otro. Pero es esta una muerte mercenaria y, por eso, más repugnante porque no tiene razones. Precisamente de ahí saca su ausencia de sentimientos.