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El otro día, me ví en un foro en el que suelo participar justificando a Tom Dunson, el personaje que interpreta John Wayne en Río Rojo. Un amigo, no sin razón, apuntaba que Wayne se pasaba la película matando gente, enterrándola con sus propias manos y rezándoles un responso. Buñuelesco, decía. Mi replica decía esto:
"En Río Rojo, se narra la historia de una ambición que no tiene fin, la de Wayne dispuesto a tener la mayor explotación ganadera de un inmenso territorio. La escena del asesinato del charro-malo es más divertida de lo que cuentas: el charro, profesional de expulsar a todo el que pasa por la pradera infinita, advierte a Wayne de que aquello tiene propietario, pues a su amo se la regaló el Rey de España. Es entonces cuando Wayne le repone: y aquel se lo quitó a otro, pues yo se lo quito a tu amo. El charro le explica que a él le pagan por que eso no pase y que la cosa no quedará ahí, a lo que Wayne asiente con un gesto. Entonces se produce el tiroteo. Nada es personal. En el cine del Oeste, y en el de Hawks, hay mucho de esto: enfrentamientos inevitables que no son conducidos por el odio. No es personal. Por eso no es tan buñuelesco el detalle de los entierros y las oraciones. Por ejemplo, ocurre también en El Dorado, cuando Wayne y un pistolero profesional se enfrentan al final de la película. Wayne, paralizado por una vieja herida, no puede mover la mano derecha y, usando un truco, logra abatir al profesional. Cuando se aproxima, el moribundo pistolero, con una sonrisa, le dice: me quedo sin saber quién de los dos era el más rápido.
Cuando ví Río Rojo me quedó la sensación de que querían contarme que en la frontera, donde la ley no existe, donde cada cual toma lo que puede e intenta que los demás no hagan lo mismo, el único resquicio de humanidad está en que la muerte no es algo personal, es mera supervivencia."
El enfrentamiento sin odio es un tema muy común en los western, igual que lo es el de la destrucción a la que el odio lleva: estoy pensando en Colorado Jim -James Stewart- y su sufrimiento al comprobar que se está convirtiendo en lo que aborrece por entregar a Robert Ryan vivo o muerto -claro, que tenía a Janet Leigh para recordarle qué es lo bueno-; y, sobre todo, en Ethan Edwards y su camino a la perdición en busca de Nathalie Wood.
En efecto, en el Western no es raro que dos amigos, o dos que se respetan y admiran, se encuentren abocados a un enfrentamiento fatal con el ánimo desanimado y el gesto de "nomedejasotraalternativajoe". En Duelo en la Alta Sierra, de Peckimpah, Joel Maccrea y Randolf Scott van camino de acabar en esa misma situación inevitable, a la que les lleva su propia naturaleza, en la que se mezcla la amistad, la lealtad y, también, el que en la esencia del alacrán está el picar. Cada uno de ellos lamenta en el alma enfrentarse a quien respeta y quiere. Hay en estos estereotipos de las películas del Oeste, un claro parecido con los valores de las novelas de caballería. Estos modernos guerreros, armados con sus colt y sus winchester, están preparados para una guerra que no buscan, que evitarán por todos los medios y que llevarán hasta su último término si no hay más remedio, pero con respeto y piedad hacia el enemigo.
Un caso muy diferente es el que me recordaba Remigton: la pavorosa escena de Sin Perdón, cuando William Munny (Clint Eastwood) dispara a uno de los muchachos en un cortado. El chico se desangra y aúlla porque alguien le de agua. Pero ninguno de los que le acompaña tiene valor para abandonar su refugio. La escena se demora en su sufrimiento y el público se remueve en las butacas. Incluso Munny no puede soportar la agonía y grita: "¡por el amor de Dios, dadle agua!" A pesar de ser su ejecutor, Munny no siente odio hacia el muchacho, está ejecutando la decisión de otro, la justicia de otro. Pero es esta una muerte mercenaria y, por eso, más repugnante porque no tiene razones. Precisamente de ahí saca su ausencia de sentimientos.