sábado, 1 de diciembre de 2007

LIBROS DE PELÍCULA

He visto hace poco El Velo Pintado, y me ha gustado muchísimo. De hecho, tras mucha insistencia conyugal, me he decidido a hincarle el diente a Somerset Maugham, así que también me he leído El Filo de la Navaja, y ahora estoy sumergida en Servidumbre Humana. Pero vamos al grano, El Velo Pintado es una maravillosa historia sobre la culpa y el perdón, sobre la redención por el dolor, sobre el sufrimiento y el amor, y Edward Norton está magnífico haciendo de marido inflexible e inmune a la compasión. Como este verano Gorililla nos puso Orgullo y Prejuicio, y me lo pasé tan bien que la volví a ver cuando llegué a Madrid, se me ha ocurrido colgar un post sobre adaptaciones literarias. En particular éstas dos son muy recomendables. Tengo que reconocer que a Jean Austen, igual que a Maugham, la descubrí a través del cine, y mi lectura está irremediablemente mediatizada por las películas, así que, por lo que a mí respecta, Edward Ferrars y Elinor Dashwood tendrán siempre los rostros de Hugh Grant y Emma Thompson, y Lizzie Bennet y el señor Darcy los de Keira Knightley y Matthew MacFadyen. En estas condiciones, no sé si puedo juzgar las películas en cuanto adaptaciones (desde luego Sense and Sensibility no, puesto que no la he leído), creo que mi objetividad está inevitablemente perdida. Pero lo que sí puedo decir es si me gustaron o no, si me hicieron disfrutar, si me enamoraron, si me las creí. Siguiendo con Austen, hay otra adaptación, la de Emma de Douglash McGrath, de 1996, que me decepcionó muchísimo; puede que influya el hecho de que no aguanto a Gwyneth Paltrow, qué actriz más insulsa y poco simpática. La literatura romántica inglesa parece especialmente idónea para el cine, o será que los ingleses hacen más y mejor cine que otros… El caso es que las hermanas Bronte también nos han hecho pasar ratos deliciosos, y me entusiasma en particular “Alma Rebelde”, la adaptación de Jane Eyre que dirigió Robert Stevenson en 1944, con Joan Fontaine como abnegada y enamorada huérfana, y Orson Welles casi pareciendo guapo en el papel del atormentado Edward Rochester.

Sin salir de Inglaterra, otro autor adaptado hasta la saciedad es el Bardo de Avon, y mi adaptación favorita es posiblemente, y aunque sir Lawrence Olivier se revuelva en su tumba, el Enrique V de Kenneth Branagh, de 1993. En parte por la propia obra, en parte porque Branagh estaba entusismado y entusiasmante haciendo del rey Harry, el caso es que me gusta más que otras obras del mismo director (Hamlet, Mucho ruido y pocas nueces, Trabajos de amor perdidos, En lo más crudo del crudo invierno) o de otros (el Hamlet de Mel Gibson, o El Mercader de Venecia y Looking for Richard de Al Pacino, por recordar el cine de los últimos quince años). Sin embargo, también es verdad que me gustan los toques originales, y en ese sentido disfruté mucho de la adaptación de Ricardo II de Pacino, con las apariciones de tantos actores expresando su opinión (a veces sonrojante) sobre Shakespeare, o del musical que hizo Branagh con Trabajos de amor perdidos, alternando los diálogos de Shakespeare con las canciones del cine los cuarenta y cincuenta, como Cheek to Cheek o There’s no business like show business.

Y seguimos en las islas británicas, saltando adelante y atrás en el tiempo, con otro autor que es posiblemente uno de los más llevados al cine, Graham Greene, y cuya relación con el séptimo arte fue muy estrecha, de lo que da buena muestra su guión original de una fantástica película que aún estamos esperando que alguien comente por aquí, El Tercer Hombre. Aunque las adaptaciones de sus libros nunca me han entusiasmado en exceso. La última versión de El Americano Impasible (Phillip Noyce, 2002), con Michael Caine y Brendan Fraser no estuvo mal.

En la misma línea de aportar algo al texto original, ahora tratando de mostrar el alma del teatro desde los bastidores, están la ya mencionada En lo más crudo del crudo invierno y Vania en la calle 42, de Louis Malle.

Y, para visiones personales, cómo olvidarnos de la particularísima versión de Coppola del Corazón de las Tinieblas de Conrad, esa obsesionante película en la que Marlon Brando consigue darle a Kurtz el tono exacto que imaginamos cuando leímos aquella terrible frase: El horror, el horror. No es la única adaptación de un libro de Conrad que me viene a la cabeza, Los Duelistas y Lord Jim son más que dignas de mención.

La literatura ha prestado muchas más historias al cine, y me acuerdo ahora de los rusos: Guerra y Paz (King Vidor, 1956) y Doctor Zhivago (David Lean, 1965) son simplificaciones de los originales literarios, pero extraordinarias películas.

Un director que se dedicó ¿casi? por entero a las adaptaciones literarias fue Kubrick, y aunque en general no lo soporto debo decir que me gustó mucho su versión de Lolita, con James Mason magnífico en el papel de Humbert Humbert. La película de Adrian Lyne de 1997 no aportó nada en absoluto, salvo para los incondicionales de Jeremy Irons, que una vez más se mueve como pez en el agua en el papel de insano pervertido.

Y cómo no hablar del cine español, en este post sí que tiene un hueco más que merecido. El bosque animado, El río que nos lleva, Los Gozos y las Sombras y La Regenta (está bien, no eran películas sino series, pero no me resisto a recordarlas), El Abuelo, y, quizá por encima de todo, Los Santos Inocentes. (Landa y Fernán Gómez en esta enumeración, ¿por qué será?)

Me dejo infinitas en el tintero. Pero ya os he aburrido bastante. Así que vengan las preguntas para el debate. Esta vez son dos: ¿creéis que vale la pena hacer películas de los grandes libros? Y, en caso afirmativo, ¿es mejor ser fieles o creativos, ofrecer reflejos literales o puntos de vista personales? Vosotros diréis.

3 comentarios:

Michael O'Leary dijo...

Yo creo que es mejor la fidelidad, aunque estoy de acuerdo en que algunas originalidades, como las de Kenneth Branag, a veces no estan mal. Sin embargo, no creo que mejoren la obra de la que nacen; agradecemos la originalidad, o realmente nos gusta la idea (o el barat'isimo recurso de describir una batalla con un narrador vestido de negro a la moda de los ochenta en lugar de movilizar a cientos de extras con sus vestuarios o pagar a un animador informatico). Me gustan los hermanos Geste como los penso PC Wren y a Theoden arengando a sus eorlingas como lo hacia en la mente de Tolkien.

Oscar dijo...

Yo lo de la fidelidad no lo veo mucho porque ¿qué dos lectores "ven" el mismo libro al leerlo? Además, son dos medios muy distintos y el cineasta ha de tener el talento suficiente como para darle algo nuevo al libro. A veces puede ser algo tan nuevo como Ridley Scott le dió a La Línea de Sombra de Conrad en Alien el octavo pasajero; o Kurosawa con Ran, su versión de Ricardo III.
En esa innovación que toma una historia y la recrea de maneras insospechadas a veces, está el talento del director de cine.

remington steel dijo...

Hombre, no sé, es verdad que no hay dos lecturas iguales, pero también lo es que un libro tiene muchos elementos objetivos,... Posiblemente más del 90% de los diálogos de Orgullo y Prejuicio (la película) están sacados del libro. Eso ayuda a considerarla objetiva. Sin duda uno no puede reproducir fielmente otra cosa que su lectura, pero puede hacer eso o reflejar otras cosas que la lectura le ha sugerido.