viernes, 12 de noviembre de 2010

Saint Joan

Nuestra sociedad que es gastronómico cinéfila va a pasar a ser también narcoléptica, por lo que parece. Dos miembros abrazaron a Morfeo, uno con más pasión que la otra, no una, ni dos, ni tres, sino repetidas veces. Esto es descorazonador.
Y encima, Michael nos trae aquí las penas eternas de nuestra lucha contra el eterno enemigo, ese que nos trae a mal traer y que, si no nos trae, a peor traer vamos. Así se nos pasan los años persiguiendo inexistentes, por imposibles, Juanas de Arco y, cuando les damos alcance, se pasan la vida luchando contra el maligno y no se las ve, ni tan siquiera, la sombra del pelo. ¡Ay, Dios mio! Si es para decir aquello de ¡llévame pronto! Pero no perdamos el optimismo, que aún quedan horizontes, aunque sea allí dónde Tintín le disparaba a los antílopes y acababa con un montón para cenar.
A falta de presentación para Laura, que fue remedio de emergencia ante la negativa de cierta dama a ver dramas, pues pongo la que preparé para Sain Joan, de Otto Preminger con Jean Seberg y Richard Widmark. Ahí es ná.


domingo, 7 de noviembre de 2010

LAURA


Óscar y Micheleen Flint nos salvaron de la desaparición el viernes al mantener viva nuestra sociedad con una nueva edición de Los amigos de la arena. Unos amigos de la arena cansados, somnolientos y que a ratos no se enteraron de la película pero que estuvieron manteniendo la posición en esta reunión de despedida, otra vez, a un Michael O’Leary que siempre se está yendo.

Después de una estupenda e impactante presentación que prometía todo acerca de Juana de Arco, Saint Joan en una versión desconocida por casi todos, por mi el primero, tuvimos un cambio de rumbo y nos vimos delante de nuestra cena y de Laura, de Otto Preminger.

Por lo que a mi respecta, me parece estupendo pertenecer a una sociedad gastronómico cinéfila sabiendo tan poco de cocina como de cine: esto me permite disfrutar siempre una barbaridad tanto de las gambas al ajillo como de películas estupendas de las que uno siente la tentación de fingir que las ha visto de puro conocido que es…el título. Eso me pasa con muchísimas joyas del cine clásico, pero afortunadamente mis hermanos me las van descubriendo poco a poco.

Rodrigo de Albrit, de Arista potestad y su amigo Pío Coronado se pasan un verano discutiendo acerca de si la duda o si la vida es sueño (“¡una tabarra, Coronado!”). Preminger nos pone delante de los ojos una cosa que sí que está presente en muchas muchas vidas de la gente: los celos. ¡Pobre Waldo, que pasa de ser un dandi fantástico a un asesino demente por los celos que le provocan los juegos de Gene Tierney! ¡Pobre Dana Andrews –éste más demente que celoso, enamorado de una muerta que se había pasado la vida torturando al pobre Waldo! ¡Qué lagarta juguetona es Laura, que tortura al pobre Waldo yendo con un tipejo y con otro mientras él bebe los vientos por ella!

Y lo cierto es que la situación es tan cotidiana; ¿cuántos no hemos tenido una envidia tremenda con 16 años porque las niñas de 16 se morían por auténticos cretinos de 18? Y lo que es peor: ¿Cuántos disgustos no nos hemos llevado a los 18 cuando hemos visto que las niñas de nuestra edad se ¡morían! por los cretinazos de 20? Una locura.

¡Si nosotros habíamos leído libros, y teníamos unas notas guays y no nos castigaban, y éramos amables y, desde luego, ni se nos pasaba por la imaginación liarnos con pepita cuando estábamos saliendo con Elvirita! Bueno. Pues lo que triunfaba era todo lo contrario, macho: yo nunca lo entendí.

Ahora que nos hacemos mayores, todo ha mejorado mucho. Todas las mujeres de mis amigos aprecian mucho que yo sepa recitar poesía o que les sujete la puerta del coche, mientras que las de 22 siguen pero loquitas por los de 22. Algo debo haber hecho mal…