William Smith Jefferson Smith Ben McKenna Jeff McNeal nacio y se crió en
Creció hasta alcanzar el metronoventaycinco, pero tenía una forma (lo cual no era fácil) de mantener la cabeza gacha y mirarte desde abajo; tartamudeaba, vacilaba al hablar; era muy bueno jugando al baloncesto, mejor aún en el béisbol; un lider de los boy scout; llevaba el pelo engominado hacia atrás (“Igualito que un chaval que va a la escuela dominical”); carraspeaba, hablaba atropelladamente; tenía una voz nasal que le salía de la mandíbula, que vibraba cuando susurraba y que podía delatarle a una manzana de distancia (Supongo que no podríass… muchacho… detenerte un momento de camino a Fort Dodge y, muchacho… ¿passarte un ratito por aquí?”); se quitaba el sombrero cuando entraba en tu casa.
Era reticente a conversar (“Nunca he sido muy hablador”), tímido (“se necesitaba un ejército simplemente para sacarlo a bailar”), inocente (“Sólo soy un chico de campo”), vulnerable (“Alguien debería pararle los pies a ese tipo”), torpe (cruzaba sus dedos siempre que abrazaba a una chica, como si, al separarlos, ésta fuera a escapársele), se convirtió en abogado, médico, periodista, dependiente, piloto, sheriff, profesor, fue elegido para el Senado, no salió nunca de su pueblo.
Su padre solía decirle: “Las únicas causas por las que merece la pena luchar son las causas perdidas…”
Aquello hizo mella en él. Hasta el fondo.
Pero los grandullones (losgordosjugadoresdepoquer codiciososcorruptos con grandes cigarros puros) no pensaban que él fuera gran cosa: “el típico anodino miembro de la masa (un patriota con ojos como platos), que se sabe de memoria los discursos de Washington y Lincoln… acoge a niños y a gatos abandonados…”
-El chico es honesto, no estúpido.
-¡Soñador!
-Será bueno… cuando deje de cambiarle la voz.
-¡Don Quijote!
-Quiere hacerlo él solo,… pero iremos a por él.
Pensaban que, como era demasiado tímido como para mirar siquiera una cama de matrimonio, aquel inocentón era un pardillo, un pringado de campeonato.
No conocían a Willie Johny Scottie Jeff. No sabían que no podían burlarse de él tanto tiempo. No sabían lo que su padre solía decirle.
-¡Atontao!
-¡Idealista!
Que podía pasar de “¿Quién? ¿La señorita…? ¿Es…?¿Por qué no…?¡Santo cielo! Ho-hola…Sí, señorita Paine…¿Co-cómo se encuentra, señorita Paine…?¿Qué? ¿Acompañarla? Vaya… Quiero decir…¡Claro, por supuesto! Será… ¡Como acompañar a una princesa! ¡Albricias!
A ser un auténtico canalla, llegando hasta “Creéis que no tengo nada que hacer. Todos creéis que no tengo nada que hacer. Pues bien, sí que tengo algo que hacer, y me voy a quedar aquí y voy a luchar por esta causa perdida, aunque no pare de escuchar mentiras como ésas”.
Cuando tocaba fondo, llegaba a desear no haber nacido nunca, hasta que un tipo le mostraba cómo sería su ciudad si aquello fuera cierto; toda la gente a la que había ayudado, todas las vidas que había salvado. Siempre respetando las reglas, no siendo nunca un rastrero, como los grandullones.
Los niños sabían la verdad sobre él; no importaba lo que nadie dijese o las mentiras que se publicasen. No les engañaban. Lo sabían todo sobre este pasmado soñador. Sabían lo que su padre le había dicho.
Entonces llegó la guerra.
Y aquello cambió a Flacucho Mac Tirillas. Ya no era el impresionable chico en lagranciudad, escandalizado por la corrupción, conmocionado ante la mentira.Ahora sabía que el mundo apesta; sabía de lo que eran capaces los hombres; que el que pelea según las reglas no siempre gana el combate. Había visto a sus compañeros caer con la bandera; sabía que se necesitaba algo más que ideas y un corazón valiente para ganar.
Ya no era el pobretoncito, el vulnerable, el torpequetropieza, ahora era duro, escéptico, había visto mundo, era cínico (“Sólo soy el periodista… me limito a escribir la historia”).
-Las únicas cosas por las que merece la pena luchar…
-¡Puedes coger eso y metértelo por donde te quepa!
Pero los niños sabían la verdad. Podían ver a través de la coraza. Sólo había que convencerle. Hacerle creer. Enseñarle que no era una tontería. Los niños sabían, sin saberlo…
-…son las causas perdidas.
Que la dureza oculta una forma de ver el mundo como edebería ser, aunque nunca lo sea…pero debería serlo.
Ahora peleaba mejor, era más fuerte, podía saber por dónde golpearía el tipo gordo, era más testarudo, sabía cómo saltarse las reglas del juego, estaba dispuesto a usar los puños (aunque todavía parecía, en mitad de la pelea, apenado por la violencia, asqueado por ella); les dejaba que lo pateasen, que lo arrastraran por el fuego, le disparaban en la mano… no podían equipararse a lo que él había visto antes de esta batalla.
Aunque sentólacabeza, con mujeryconhijos, cabalgandolapraderaamargado, entristecido, cubriendolanoticia, exponiendoelcaso, desenfundandomásdeprisa (envejeciendo) las viejas palabras y su ciudad natal seguían volviendo, atormentándole LASÚNICASmuncieCAUSASdodgePORLASQUElansingVALELAPENAmiddletown LUCHAR…
Todavía lleva el pelo engominado hacia atrás. Todavía tartamudea cuando está cerca de la chica. Todavía se quita el sombrero al entrar en casa:
Todavía es el estadounidense.
Peter Bogdanovich.
Las Estrellas de Hollywood.
Lo siento, no me ha dado tiempo a escribir yo uno, y vive Dios que me apetece, pero quería que saliera hoy.
4 comentarios:
Joder Remington, merecía estar escrito por tí....
Sí, ya lo sé, estoy en ello, pero para el centenario no me dio tiempo. ¿Pero no te ha gustado?
Hay que leer ese libro. ¡Qué texto más fenomenal!
¿A que sí? A mí me gustó muchísimo.
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