miércoles, 26 de diciembre de 2007

FELIZ NAVIDAD

He terminado las "Conversaciones con Cary Grant", que son muy entretenidas, y me han reafirmado en mi idea de que no era marica. Bogdanovich dice que no, Howard Hawks, Katharine Hepburn,... aparte de él mismo. Aunque es un tema totalmente secundario en el libro, no parece que nadie le diera crédito ninguno al rumor.
Y esto es un pequeño regalo de Navidad para todas, y para recordar al mundo que el sex appeal no lo inventó George Clooney. Es más, la comparación deja en evidencia que la elegancia es patrimonio de unos pocos.

viernes, 14 de diciembre de 2007

SENSACIONAL HOMENAJE A GUNGA DIN

Ofrecido por la Organizacion de Naciones Unidas

Notese el abnegado espiritu de estos soldados. Solo falta la corneta agujereada que no para de sonar
Hasta se parece a Baqshi.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Del amor a la lectura y la pasión por vivir o viceversa



Hoy no me apetece escribir sobre cine, sino sobre libros. Tengo aquí al lado, mientras escribo, mi ejemplar de Dioses, Tumas y Sabios, de Ceram. Un abigarrado ejemplar encuadernado en tela negra que tiene en la solapa un grabado dorado de un guerrero asirio matando un león. Mientras acaricio el libro con una mano pienso tanto en su contenido como en el objeto que es. Un libro es un objeto hermoso, acogedor, portátil. Por dentro se nos abren misterios, se nos descubren mundos, se nos desevela nuestra propia persona. Este libro en concreto, narra acontecimientos extraordinarios bajo la nada extraordinaria realidad de la arqueología. Y no es raro, porque ¿cómo podríamos calificar la vivencia de Schliemann obsesionado por encontrar la auténtica Troya y, para colmo, encontrándola?
La vida es un suceso prodigioso e improbable. Estamos aquí todos de regalo, empujados a existir por el empeño de millones de personas que habitan en nuestro pasado, que son nuestros antepasados. Sustentados por una prodigiosa construcción de realidad, de átomos, de planetas, de galaxias...de espacio.
Y así como estamos, lanzados, arrojados a vivir, nos topamos con maravillas sin cuento. Con alimento infinito para nuestra curiosidad. Tenían razón los filósofos griegos al pensar que el hombre tiene su vocación en el asombro, en la vida que contempla la realidad pasmada, fascinada por su belleza, por su interés. Una realidad inagotable que va desde ese agradable temblor interno que nos da mirar las piernas de Elle McPherson hasta el placer que proporciona comprender la coherencia interna de un teorema matemático.
Sin duda, debemos ser felices. Estamos obligados. Se lo debemos a los que tanto han dado para que tuviéramos la oportunidad de conmovernos con el primer concierto para piano de List, o la lectura de "Una pena en observación" de C.S. Lewis. Y estamos obligados a conseguir que esa oportunidad sea universal, que no se pierda, que no nos la arrebaten.
Pues bien, nada de todo esto, nada de todos estos disfrutes puede hacerse, se puede poseer, ni se puede defender o mantener sin enamorarse de la lectura. De toda la lectura. Sin abrirse a lo que otros han pensado y comprendido, a lo que otros han sentido, imaginado o creado. Los hombres desaparecen, mueren y se extinguen. Pasan. Pero su ser más real e íntimo, su pasión más encendida por el querer o por el saber, perdura para siempre en los libros. Su risa se nos contagia desde las páginas de Los papeles póstumos del Club Pickwick de Dickens, su seriedad desesperada en cualquier obra de Ibsen, su despiadado conocimiento de la miseria humana en las páginas de Truman Capote, la sagacidad de cualquier libro de Somerset Maugham....Y qué decir de los nuestros: Cortázar siempre, Uslar Pietri en Cuba, Onetti con su Juntacadaveres, el pesado de Sábato, Haroldo Conti convertido en álamo carolina, Cela cuando quiso, Muñoz Molina y su jinete polaco, Roa Bastos en Hijo de Hombre, Delibes el hereje, los clásicos gigantes subidos todos en Quevedo y Cervantes... qué se yo.
No siempre ponderamos bien cuánto depende nuestra libertad y la de nuestros semejantes de nuestro amor por la vida y del amor por nuestra pasión. Por eso, ¡leer, vivir, siempre!

sábado, 1 de diciembre de 2007

LIBROS DE PELÍCULA

He visto hace poco El Velo Pintado, y me ha gustado muchísimo. De hecho, tras mucha insistencia conyugal, me he decidido a hincarle el diente a Somerset Maugham, así que también me he leído El Filo de la Navaja, y ahora estoy sumergida en Servidumbre Humana. Pero vamos al grano, El Velo Pintado es una maravillosa historia sobre la culpa y el perdón, sobre la redención por el dolor, sobre el sufrimiento y el amor, y Edward Norton está magnífico haciendo de marido inflexible e inmune a la compasión. Como este verano Gorililla nos puso Orgullo y Prejuicio, y me lo pasé tan bien que la volví a ver cuando llegué a Madrid, se me ha ocurrido colgar un post sobre adaptaciones literarias. En particular éstas dos son muy recomendables. Tengo que reconocer que a Jean Austen, igual que a Maugham, la descubrí a través del cine, y mi lectura está irremediablemente mediatizada por las películas, así que, por lo que a mí respecta, Edward Ferrars y Elinor Dashwood tendrán siempre los rostros de Hugh Grant y Emma Thompson, y Lizzie Bennet y el señor Darcy los de Keira Knightley y Matthew MacFadyen. En estas condiciones, no sé si puedo juzgar las películas en cuanto adaptaciones (desde luego Sense and Sensibility no, puesto que no la he leído), creo que mi objetividad está inevitablemente perdida. Pero lo que sí puedo decir es si me gustaron o no, si me hicieron disfrutar, si me enamoraron, si me las creí. Siguiendo con Austen, hay otra adaptación, la de Emma de Douglash McGrath, de 1996, que me decepcionó muchísimo; puede que influya el hecho de que no aguanto a Gwyneth Paltrow, qué actriz más insulsa y poco simpática. La literatura romántica inglesa parece especialmente idónea para el cine, o será que los ingleses hacen más y mejor cine que otros… El caso es que las hermanas Bronte también nos han hecho pasar ratos deliciosos, y me entusiasma en particular “Alma Rebelde”, la adaptación de Jane Eyre que dirigió Robert Stevenson en 1944, con Joan Fontaine como abnegada y enamorada huérfana, y Orson Welles casi pareciendo guapo en el papel del atormentado Edward Rochester.

Sin salir de Inglaterra, otro autor adaptado hasta la saciedad es el Bardo de Avon, y mi adaptación favorita es posiblemente, y aunque sir Lawrence Olivier se revuelva en su tumba, el Enrique V de Kenneth Branagh, de 1993. En parte por la propia obra, en parte porque Branagh estaba entusismado y entusiasmante haciendo del rey Harry, el caso es que me gusta más que otras obras del mismo director (Hamlet, Mucho ruido y pocas nueces, Trabajos de amor perdidos, En lo más crudo del crudo invierno) o de otros (el Hamlet de Mel Gibson, o El Mercader de Venecia y Looking for Richard de Al Pacino, por recordar el cine de los últimos quince años). Sin embargo, también es verdad que me gustan los toques originales, y en ese sentido disfruté mucho de la adaptación de Ricardo II de Pacino, con las apariciones de tantos actores expresando su opinión (a veces sonrojante) sobre Shakespeare, o del musical que hizo Branagh con Trabajos de amor perdidos, alternando los diálogos de Shakespeare con las canciones del cine los cuarenta y cincuenta, como Cheek to Cheek o There’s no business like show business.

Y seguimos en las islas británicas, saltando adelante y atrás en el tiempo, con otro autor que es posiblemente uno de los más llevados al cine, Graham Greene, y cuya relación con el séptimo arte fue muy estrecha, de lo que da buena muestra su guión original de una fantástica película que aún estamos esperando que alguien comente por aquí, El Tercer Hombre. Aunque las adaptaciones de sus libros nunca me han entusiasmado en exceso. La última versión de El Americano Impasible (Phillip Noyce, 2002), con Michael Caine y Brendan Fraser no estuvo mal.

En la misma línea de aportar algo al texto original, ahora tratando de mostrar el alma del teatro desde los bastidores, están la ya mencionada En lo más crudo del crudo invierno y Vania en la calle 42, de Louis Malle.

Y, para visiones personales, cómo olvidarnos de la particularísima versión de Coppola del Corazón de las Tinieblas de Conrad, esa obsesionante película en la que Marlon Brando consigue darle a Kurtz el tono exacto que imaginamos cuando leímos aquella terrible frase: El horror, el horror. No es la única adaptación de un libro de Conrad que me viene a la cabeza, Los Duelistas y Lord Jim son más que dignas de mención.

La literatura ha prestado muchas más historias al cine, y me acuerdo ahora de los rusos: Guerra y Paz (King Vidor, 1956) y Doctor Zhivago (David Lean, 1965) son simplificaciones de los originales literarios, pero extraordinarias películas.

Un director que se dedicó ¿casi? por entero a las adaptaciones literarias fue Kubrick, y aunque en general no lo soporto debo decir que me gustó mucho su versión de Lolita, con James Mason magnífico en el papel de Humbert Humbert. La película de Adrian Lyne de 1997 no aportó nada en absoluto, salvo para los incondicionales de Jeremy Irons, que una vez más se mueve como pez en el agua en el papel de insano pervertido.

Y cómo no hablar del cine español, en este post sí que tiene un hueco más que merecido. El bosque animado, El río que nos lleva, Los Gozos y las Sombras y La Regenta (está bien, no eran películas sino series, pero no me resisto a recordarlas), El Abuelo, y, quizá por encima de todo, Los Santos Inocentes. (Landa y Fernán Gómez en esta enumeración, ¿por qué será?)

Me dejo infinitas en el tintero. Pero ya os he aburrido bastante. Así que vengan las preguntas para el debate. Esta vez son dos: ¿creéis que vale la pena hacer películas de los grandes libros? Y, en caso afirmativo, ¿es mejor ser fieles o creativos, ofrecer reflejos literales o puntos de vista personales? Vosotros diréis.