miércoles, 27 de junio de 2007

Esos dulces tragos de lejía



Hay películas que abrasan el gaznate cuando se engullen pero que van endulzando el paladar a medida que bajan al estómago. Son devastadores e implacables tragos de lejía, filmados sin ninguna concesión, en la que los actores apenas gesticulan pues son sus acciones las que interpretan la película. En ellas, se confabulan todos los que participan para opacar la luz, intervenir el discurrir del tiempo, anular lo superfluo y sajar el corazón de los espectadores con sinceridad y amor.
No me refiero a las películas que reconstruyen la terrible experiencia vital de un heroinómano, o las muy ridículas que tratan de asesinos que tienen anestesiada su humanidad. No. Se trata más bien de asomarse al pozo oscurísimo que realmente está con nosotros y contra el que, en ocasiones, en tan tantas ocasiones, la lucha por que prevalezca el bien exige la propia destrucción.
Una hermosísima descripción de los abismos del alma está en la mayor, mejor y más maravillosa película de la historia: Centauros del Desierto. Se ve en los rostros desencajados de Ethan, en su inacabable odio que desemboca en el conmovedor abrazo que da a Natalie Wood. También en el inigualable plano final cuando Wayne vuelve la espalda a la cámara y se aleja transfigurado por el amor.


Otro ejemplo es el que me incitó a escribir estas líneas y vino sugerido, cómo no, por nuestro buen Remington: Camino a la Perdición. El desarrollo argumental de esta inmensa película no valdría nada, pero nada, sin el triunfo fatal de Michael Sullivan. Una victoria extraordinaria contra el mal que también sólo el amor puede conseguir. A sueldo y sin remordimientos, Sullivan se desliza suavemente en el mal hasta que éste le alcanza, pues esta es la inercia del mal. Y ante el precipicio de perder no su alma, sino la de su hijo, es el amor quien rescata a Sullivan, quien le arrebata de la misma barba del maligno para siempre cuando las balas de Maguire (Jude Law), le atraviesan.
Historias que se ven entre la melancolía de saber que no se nos ahorrará el sacrificio y la certeza de que la recompensa es desmedida.

6 comentarios:

remington steel dijo...

Sí, eso es lo que le falta precisamente a Todos los hombres del rey. En esa no hay esperanza, no hay redención.

Michael O'Leary dijo...

¿Y qué me decís de Sin Perdón?

remington steel dijo...

Sí, también pensé en Sin Perdón. En Sin Perdón tampoco hay redención,... ¿o sí? ¿Qué opináis? Porque, aunque él parece estar irremisiblemente perdido, y el título es demasiado elocuente para pasarlo por alto, están los niños, y se diría que para esos niños quizá sí hay esperanza. Puede que ellos, volviendo a Perdición, sí vayan al Cielo.

remington steel dijo...

Y debo decir que me ha encantado este post. Te ha quedado chulísimo.

Oscar dijo...

Estoy contigo Remington, Sin Perdón es demasiado sin perdón. Pero es que a Eastwood le ha dado últimamente por el trago de lejía amarguete, amarguete. Porque tampoco hay redención en million dollar (que sigue justo el camino contrario, del dulce a lo amargo)y no digamos en Mystic river, eso sí que es lejía conejo.

Unknown dijo...

Estoy probando una cosa