miércoles, 27 de junio de 2007

Esos dulces tragos de lejía



Hay películas que abrasan el gaznate cuando se engullen pero que van endulzando el paladar a medida que bajan al estómago. Son devastadores e implacables tragos de lejía, filmados sin ninguna concesión, en la que los actores apenas gesticulan pues son sus acciones las que interpretan la película. En ellas, se confabulan todos los que participan para opacar la luz, intervenir el discurrir del tiempo, anular lo superfluo y sajar el corazón de los espectadores con sinceridad y amor.
No me refiero a las películas que reconstruyen la terrible experiencia vital de un heroinómano, o las muy ridículas que tratan de asesinos que tienen anestesiada su humanidad. No. Se trata más bien de asomarse al pozo oscurísimo que realmente está con nosotros y contra el que, en ocasiones, en tan tantas ocasiones, la lucha por que prevalezca el bien exige la propia destrucción.
Una hermosísima descripción de los abismos del alma está en la mayor, mejor y más maravillosa película de la historia: Centauros del Desierto. Se ve en los rostros desencajados de Ethan, en su inacabable odio que desemboca en el conmovedor abrazo que da a Natalie Wood. También en el inigualable plano final cuando Wayne vuelve la espalda a la cámara y se aleja transfigurado por el amor.


Otro ejemplo es el que me incitó a escribir estas líneas y vino sugerido, cómo no, por nuestro buen Remington: Camino a la Perdición. El desarrollo argumental de esta inmensa película no valdría nada, pero nada, sin el triunfo fatal de Michael Sullivan. Una victoria extraordinaria contra el mal que también sólo el amor puede conseguir. A sueldo y sin remordimientos, Sullivan se desliza suavemente en el mal hasta que éste le alcanza, pues esta es la inercia del mal. Y ante el precipicio de perder no su alma, sino la de su hijo, es el amor quien rescata a Sullivan, quien le arrebata de la misma barba del maligno para siempre cuando las balas de Maguire (Jude Law), le atraviesan.
Historias que se ven entre la melancolía de saber que no se nos ahorrará el sacrificio y la certeza de que la recompensa es desmedida.

martes, 26 de junio de 2007

Sabrina (y sus amores)

Bueno, pues a petición de Oscar os contaré un poco más (no demasiado) de la peli de mi anterior post. Para empezar, contestaré a vuestros irónicos comentarios sobre la sierra californiana de Asaltacunas. Y a esto, precisamente, viene el título del post. Porque debo reconocer que me sorprende que os escandalicéis de la evidente distancia que separa a los protagonistas de mi cartel, a la vista de los parteneires que le endilgaban a la inefable Audrey (1929), en algunas de sus películas más celebradas:

-Rex Harrison, nacido en 1908 (My fair lady). Le llevaba veintiún años.
-Cary Grant, de 1904 (Charada). Veinticinco años, si las cuentas no fallan.
-Humphrey Bogart, 1899 (Sabrina). Y ya son TREINTA.
-Fred Astaire, también de 1899 (Una cara con angel).

Ante esto, ¿quién puede sorprenderse de que la emparejaran con Gary Cooper? Por lo menos él es del siglo pasado, y no del XIX. Está bien, está bien, por poquito, nació en 1901, pero ya es el siglo XX. Y después de todo, él era el galán por antonomasia, aunque estuviera ya en sus años otoñales. Y los que hemos visto al casi anciano Sean Connery (1930) haciendo algo más que amistad con Catherine Zeta-Jones (1969) o a Harrison Ford (1942) con Anne Heche (también 1969), no deberíamos extrañarnos por este tipo de cosas.

En fin, Gregory Peck, de 1916, y el que fue su marido, Mel Ferrer, de 1917, nos parecen ante esto los compañeros adecuados, aunque en realidad le llevaban doce y trece años. Sólo George Peppard era de su edad (bueno, de 1928, pero aceptaremos pulpo como animal de compañía).

Y tras esta impagable labor de archivera, hablemos ya de la peli. No quiero contaros mucho, porque me parece que no la conocéis, y sería una pena destripárosla.

Sólo deciros que se filmó usando velos en las cámaras para disimular las arrugas de Cooper, con poco éxito por cierto, se le ve viejísimo, aunque todavía guapo.

Que es muy Wilderiana por muchas cosas, entre las que yo destacaría sobre todo tres:
-El permanente juego del engaño de la protagonista.
-Ese cuarteto húngaro, que nos hace pensar casi en Lubitsch.
-Y lo divertidas que son algunas escenas, en especial la borrachera de Mr Flanagan.

Que tiene una banda sonora que me encantó, con el vals "Fascinación", que todos reconoceréis si lo oís.

Que acaba en un tren, después de una escena de estación, lo cual, como supondréis, también me gustó. Otra película de Wilder con trenes.

Y que, la verdad, es una peli de chicas, pero con mucho encanto, con todo el saber hacer de ese trío de ensueño que es Wilder-Cooper-Hepburn.

domingo, 24 de junio de 2007

jueves, 21 de junio de 2007

PEQUEÑA MISS SUNSHINE (LITTLE MISS SUNSHINE, 2006)



Directores:

Jonathan Dayton y Valerie Faris
Guión:
Michael Arndt
Reparto:
Abigail Breslin ... Olive
Greg Kinnear ... Richard
Paul Dano ... Dwayne
Alan Arkin ... Grandpa
Toni Collette ... Sheryl
Steve Carell ... Frank

Por fin he visto Pequeña Miss Sunshine y, sí, me ha gustado mucho. De hecho, si la hubiera visto antes, le habría hecho un hueco en mi post sobre los cuentos de hadas. Sin embargo, mientras la veía, venía a mi mente la exitosa, oscarizada, y tremendamente amarga American Beauty. No sé si a vosotros os gustó, pero yo recuerdo esa historia, una durísima crítica de la american way of life, y una deliberada negación de los valores que reinaban en el cine americano clásico, como una película desencantada y cínica, individualista e inmoral, envuelta en un pesimismo casi insalvable, solo atenuado por el detalle de hombría que demuestra al final Kevin Spacey al no beneficiarse a Mena Suvari. Little Miss Sunshine apuntaba esas mismas maneras, y, a pesar de ello, es radicalmente distinta. El personaje de Greg Kinnear recuerda muchísimo al de Annette Bening, ambos con esa obsesión por el éxito que parece abocarlos irremediablemente a la infelicidad. Y los consejos del abuelo nos hacen pensar en la actitud de Kevin Spacey: lo único que importa en la vida es disfrutar al máximo. También Dwayne, el hijo mayor, recuerda un poco a la hija incomprendida de Spacey y Bening. No parece sentir ningún afecto por sus padres, y detesta la sociedad en la que vive.

La verdad es que uno, al ver a esa familia, diría que el término friki se inventó para ellos: el abuelo cocainómano, el tío suicida, el hermano silencioso,… y Olive, la protagonista, una niña de ocho años adicta a los concursos de belleza. Sólo la madre parece mantener en cierta medida la cordura, pero la tentación del divorcio planea sobre su cabeza como un buitre. La inicial declaración de principios de Dwayne, “Odio a todo el mundo.¿Y tu familia? A todo el mundo”, no presagia una de esas pelis alegres y optimistas de las que tanto me gustan. Pero, a lo largo del disparatado viaje que emprenden, un poco forzados por las circunstancias, un poco buscando un asidero al que agarrarse para no caer en el cada vez más inevitable desastre, vamos dándonos cuenta, y ellos van dándose cuenta, de que el motivo que parece moverlos inicialmente (en algo tenemos que triunfar, algo tiene que salirnos bien) va cambiando por otro mucho más generoso y más alegre: lo que quieren en realidad es hacer feliz a la pequeña Olive, y cumplir ese deseo merece cualquier esfuerzo. Conforme recorren en la vieja VolksWagen el medio oeste americano todos van descubriendo que se quieren más de lo que ellos mismos imaginan, y que además es ese cariño lo que da sentido a sus vidas. Cuando por fin vemos al resto de las concursantes del certamen infantil sabemos que el triunfo es imposible. Olive y su familia no tienen cabida en ese mundo de Barbies en miniatura. Pero no nos importa. La auténtica victoria de Olive radica en que, gracias a ella, todos aprenden, y dejadme que cite a Tom Wingo, a quererse unos a otros “con toda su defectuosa y escandalosa humanidad”.

Hablemos ahora un poco de los actores; aunque de la pequeña Abigail Breslin ya se ha dicho y escrito mucho. Creo que este año estuvo nominada a todos los premios de cine americano, salvo quizá al Globo de Oro. Pero en realidad el protagonismo en esta historia está muy repartido, y hay más menciones que hacer. Empezando por Greg Kinnear: hay que ver lo bien que se le da a este chico hacer de pringadillo; ha sido el hermano abandonado en el remake de Sabrina, el novio abandonado en You’ve got mail, el vendedor fracasado en The Matador, y, por supuesto, ha sido el pintor Simon Bishop, Simon el maricón, en As Good as it gets. Una vez más, no nos defrauda: es un auténtico perdedor. En cuanto a Toni Collette, parece que también se especializa en el papel de sufridora madre de familia, después de lo bien que llevó tener por hijo al pirado en The Sixth Sense. Alan Arkin está convincente como el abuelo ácrata, y Steve Carell realiza posiblemente el papel más digno y serio de su carrera. Aunque yo no lo he visto en ninguna otra película, los títulos “Virgen a los cuarenta” y “Como Dios” no son muy prometedores. Creo que ahora se dispone a estrenar una peli sobre el Agente 86, Maxwell Smart. Pero a pesar de esta horrible carta de presentación, aquí lo hace muy bien, está incluso enternecedor. Y el para mí totalmente desconocido Paul Dano completa esta demencial familia encarnando con mucha solvencia al hijo inconformista.

En fin, una película optimista sobre el valor de la familia y la superación de las dificultades. Vale la pena.

miércoles, 6 de junio de 2007

Deseando Amar (Fa yeung nin wa ).


Director: Kar-wai Wong
Reparto:
Tony Leung Chiu Wai,
Maggie Cheung,
Ping Lam Siu,
Rebecca Pan,
Lai Chen,
Tung Cho Joe Cheung,
Man-Lei Chan,
Kam-wah Koo

Hace algunos meses, Remington me dirigió hacia esta película. Desde hacía algún tiempo tenía yo en reserva la película 2046, de este mismo director. Sin embargo, una indecible atonía que me ha acompañado todo este curso académico, me proporcionaba la pereza suficiente como para no querer verla.
Un inevitable espíritu de competencia (con Remington), me decidió a ver esta "Deseando Amar". Me encantó. Literalmente. Quedé hechizado por la música, por el ritmo de la cinta, por los actores y por lo que contaban. Por los puestecillos de comida rápida (¡ah, si los coreanos hubieran promocionado más esta faceta suya!), por los vestidos de la protagonista, por las partidas de un juego desconocido que se llama Mahjong y que duran más allá del amanecer.
El film, en apariencia, no cuenta nada. Dos matrimonios jóvenes se mudan a apartamentos contiguos. Uno de ellos es una suerte de casa de huespedes regentado por una simpática matrona. La historia gira alrededor del marido de uno de los matrimonios y de la mujer del otro. Sus respectivas parejas están siempre de viaje, trabajando, y ellos pasan el tiempo solos, comiendo en sus habitaciones, casi siempre pensativos y melancólicos.
El, siempre pulcro y aliñado, amable, simpático e inteligente. Ella, de tipo perfecto, embutida en hemosos vestidos estampados de cuello chino, es el complementario perfecto de él. El espectador espera que pronto vayan enredándose, que salgan juntos, que vayan al café y al cine, que hablen y se sinceren, vamos, ¡que se líen cuanto antes!
Pero eso es sólo la apariencia. El interés que se van mostrando el uno al otro no es por ellos mismos, sino por sus ausentes parejas, por la inconsolable certidumbre de que esos sí que se han liado entre sí.
El pesar de los protagonistas queda claro, pero falta un detalle por desvelar, detalle por el que se interroga él en alguna ocasión: el por qué. ¿Qué les ha llevado a amarse, a esos dos desconocidos? No lo entiende. Y así, la relación de nuestra pareja va de episodio en episodio, casi sin tocarse, sin amarse. Hasta que el amor hace su entrada y al levantar ese velo, ambos sólo ven tristeza. Una hermosa melodía, repetitiva y limpia como las cuerdas que la interpretan, empuja este desvelamiento y Nat King Cole canta en castellano "Aquellos ojos verdes" para acabar de enmarcar su pena. Una pena que es doble por el dolor de encontrar a quien se ama amando a otro y por el dolor de comprobar que de esa traición también son ellos capaces. El final de la película enseña que ambos recuperan sus amores originales y que se pierden mutuamente en el espacio y el tiempo. Pero esa, es otra historia.