Directores:
Jonathan Dayton y Valerie Faris Guión:
Reparto:
Por fin he visto Pequeña Miss Sunshine y, sí, me ha gustado mucho. De hecho, si la hubiera visto antes, le habría hecho un hueco en mi post sobre los cuentos de hadas. Sin embargo, mientras la veía, venía a mi mente la exitosa, oscarizada, y tremendamente amarga American Beauty. No sé si a vosotros os gustó, pero yo recuerdo esa historia, una durísima crítica de la american way of life, y una deliberada negación de los valores que reinaban en el cine americano clásico, como una película desencantada y cínica, individualista e inmoral, envuelta en un pesimismo casi insalvable, solo atenuado por el detalle de hombría que demuestra al final Kevin Spacey al no beneficiarse a Mena Suvari. Little Miss Sunshine apuntaba esas mismas maneras, y, a pesar de ello, es radicalmente distinta. El personaje de Greg Kinnear recuerda muchísimo al de Annette Bening, ambos con esa obsesión por el éxito que parece abocarlos irremediablemente a la infelicidad. Y los consejos del abuelo nos hacen pensar en la actitud de Kevin Spacey: lo único que importa en la vida es disfrutar al máximo. También Dwayne, el hijo mayor, recuerda un poco a la hija incomprendida de Spacey y Bening. No parece sentir ningún afecto por sus padres, y detesta la sociedad en la que vive.
La verdad es que uno, al ver a esa familia, diría que el término friki se inventó para ellos: el abuelo cocainómano, el tío suicida, el hermano silencioso,… y Olive, la protagonista, una niña de ocho años adicta a los concursos de belleza. Sólo la madre parece mantener en cierta medida la cordura, pero la tentación del divorcio planea sobre su cabeza como un buitre. La inicial declaración de principios de Dwayne, “Odio a todo el mundo.¿Y tu familia? A todo el mundo”, no presagia una de esas pelis alegres y optimistas de las que tanto me gustan. Pero, a lo largo del disparatado viaje que emprenden, un poco forzados por las circunstancias, un poco buscando un asidero al que agarrarse para no caer en el cada vez más inevitable desastre, vamos dándonos cuenta, y ellos van dándose cuenta, de que el motivo que parece moverlos inicialmente (en algo tenemos que triunfar, algo tiene que salirnos bien) va cambiando por otro mucho más generoso y más alegre: lo que quieren en realidad es hacer feliz a la pequeña Olive, y cumplir ese deseo merece cualquier esfuerzo. Conforme recorren en la vieja VolksWagen el medio oeste americano todos van descubriendo que se quieren más de lo que ellos mismos imaginan, y que además es ese cariño lo que da sentido a sus vidas. Cuando por fin vemos al resto de las concursantes del certamen infantil sabemos que el triunfo es imposible. Olive y su familia no tienen cabida en ese mundo de Barbies en miniatura. Pero no nos importa. La auténtica victoria de Olive radica en que, gracias a ella, todos aprenden, y dejadme que cite a Tom Wingo, a quererse unos a otros “con toda su defectuosa y escandalosa humanidad”.
Hablemos ahora un poco de los actores; aunque de la pequeña Abigail Breslin ya se ha dicho y escrito mucho. Creo que este año estuvo nominada a todos los premios de cine americano, salvo quizá al Globo de Oro. Pero en realidad el protagonismo en esta historia está muy repartido, y hay más menciones que hacer. Empezando por Greg Kinnear: hay que ver lo bien que se le da a este chico hacer de pringadillo; ha sido el hermano abandonado en el remake de Sabrina, el novio abandonado en You’ve got mail, el vendedor fracasado en The Matador, y, por supuesto, ha sido el pintor Simon Bishop, Simon el maricón, en As Good as it gets. Una vez más, no nos defrauda: es un auténtico perdedor. En cuanto a Toni Collette, parece que también se especializa en el papel de sufridora madre de familia, después de lo bien que llevó tener por hijo al pirado en The Sixth Sense. Alan Arkin está convincente como el abuelo ácrata, y Steve Carell realiza posiblemente el papel más digno y serio de su carrera. Aunque yo no lo he visto en ninguna otra película, los títulos “Virgen a los cuarenta” y “Como Dios” no son muy prometedores. Creo que ahora se dispone a estrenar una peli sobre el Agente 86, Maxwell Smart. Pero a pesar de esta horrible carta de presentación, aquí lo hace muy bien, está incluso enternecedor. Y el para mí totalmente desconocido Paul Dano completa esta demencial familia encarnando con mucha solvencia al hijo inconformista.
En fin, una película optimista sobre el valor de la familia y la superación de las dificultades. Vale la pena.
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