En casa he visto El Sueño de Casandra y, un poco antes, En busca de la felicidad. Y, en el cine, Promesas del Este y Expiación. ¿Cuáles me encantaron? En busca de la felicidad y Promesas del Este. La primera (The pursuit of Happynes, 2006) es una historia sorprendente, porque siendo totalmente inverosímil resulta que pasó de verdad, y, sin duda, es un canto a los Estados Unidos, la tierra de las oportunidades, tanto como al poder de superación del espíritu humano, capaz de lo mejor cuando tiene un motivo. Chris Gardner lo tenía: conservar a su lado a su hijo Christopher y darle una vida mejor. Will Smith borda un papel asfixiante y angustioso, y nos demuestra que se ha hecho, definitivamente, mayor. Durante casi los 117 minutos que dura la película sufrimos con él, qué tensión, caray, y eso hace que, sin concesiones, nos alegremos finalmente con él, como si, cuando él gana, ganáramos todos. Si la hubiera visto a tiempo, la habría incluido entre mis “Niños de película”, aunque es verdad que el pequeño Jaden queda totalmente eclipsado por su padre, que, por cierto, lo es tanto en la realidad como en la ficción. Una estupenda película del italiano Gabriele Muccino, un canto al valor del esfuerzo y al amor paterno.
Ahora viene la segunda, Promesas del Este (Eastern Promises, 2007). Lo mismito, vamos. Qué historia tan violenta, tan brutal, tan sórdida. Y, sin embargo, dentro del horror de la realidad que te presenta, la trata de blancas, la esclavitud del S.XXI en plena capital de Europa, ofrece un asidero de esperanza. Y de hecho, un asidero doble. Por una parte, la cinta muestra que la justicia no es indiferente a este horror, que la policía se ocupa del asunto, que, al final, los malos pagan. (Y que los infiltrados no están dispuestos a cualquier cosa, cómo sufrimos por la suerte del pobre tío Stepan). Y por otra, yo creo que más importante, también nos presenta a gente que se preocupa gratis de los demás, y aún a costa de su propia vida y de la seguridad de su familia, porque su sentido de la justicia le impide permanecer en silencio, y porque hay una niña concreta de la que ocuparse, una niña a la que salvar. Tal vez no está en la mano de Anna acabar con el poder de la mafia rusa, pero, si puede mejorar la vida de ese bebé, va a hacer todo lo posible por mejorarla. Los actores están todos convincentes en su trabajo, Naomi Watts, a la que ya nos encontramos en El Velo Pintado, y que realiza una caracterización seria aunque poco espectacular, Armin Mueller-Stahl, al que ya no vamos a poder creer si hace de bueno, qué requetemalo es, y Vincent Cassel como su hijo, y sobre todo Viggo Mortensen, con ese papel tan complejo y lleno de matices, y que, por lo que parece, se está convirtiendo en el actor favorito de David Cronenberg.
¿Y las que me gustaron menos? Pues, por orden cronológico de visionado, Expiación y El Sueño de Cassandra.
Expiación (Atonement, 2007) es la segunda incursión en el largometraje de su director, Joe Wright, después de Orgullo y Prejuicio, que también he comentado aquí con entusiasmo, y ha repetido con Keira Knightley como protagonista. La película está muy bien, mantiene un ritmo que te atrapa desde el primer fotograma, tiene una fotografía evocadora y una banda sonora que acompaña admirablemente a la historia, y Keira Knightley está todo lo guapa que se puede estar. ¿Cuál es, entonces, la pega? La historia, una historia llena de desesperanza, y a la que no le podría ir peor el título. Porque ¿qué es expiar? Según el DRAE, borrar las culpas, purificarse de ellas por medio de algún sacrificio. Sin embargo, en esta historia llena de amargura, no hay expiación por ningún lado. A diferencia de “El Velo Pintado” donde la redención es posible y se alcanza, aunque sea a través del sacrificio y del dolor, el mensaje que recibimos aquí es que el mal que haces, y el sufrimiento que causas, son inexorables, y que sólo en tu imaginación puedes poner remedio al dolor que has producido, que sólo los cuentos tienen final feliz. No hay salvación para los amantes, no hay salvación para las hermanas, no hay lugar para el perdón, y el amor es inútil. Como veis, puro optimismo católico.
Y, por último, El Sueño de Casandra (Cassandra’s Dream, 2007), la penúltima de Woody Allen. Dejando aparte que a mí me gusta mucho más Woody Allen cuando hace comedia, la película tampoco está mal. Uno tiene la sensación de que le están volviendo a contar la misma historia que ya vio en Match Point, aunque ahora el punto de vista es el opuesto. A nadie le gusta que el malo gane, y menos aún cuando el director no se ha esforzado en absoluto en hacer que el malo te caiga ni medio simpático, y en Match Point el malo ganaba. Ahora parece que Allen ha cambiado de opinión, porque lo que nos cuenta es que no puedes escapar de tus propios actos, y los malos no ganan, lo cual es mejor. Aunque tampoco hay redención, y en el fondo sí que hay un malo que gana, y le sale gratis, y… No. Definitivamente, tampoco es una historia que te llene de alegría. A ver si la próxima le sale más luminosa.