miércoles, 3 de marzo de 2010

LEÓN, EL PROFESIONAL







En la última reunión de la Sociedad de Amigos de la Arena se proyectó la película “León, el profesional” (Léon) de Luc Besson, 1994. Nuestra primera incursión en el cine europeo no ha estado, así pues, en la línea “intelectual” que cabría esperar de la industria de este lado del Charco, nada de Rosellini, Antonioni, Fellini o Visconti, nada de Godard, Truffaut o Chabrol , nada de Murnau, ni de Wim Wenders. No. Ha sido un auténtico blockbuster palomitero, del director de películas como El Quinto Elemento, Nikita,dura de matar, El Gran Azul, Fanfan La Tulipe, y Arthur y los Minimoys. Verdaderamente no es un cineasta que despierte nuetra admiración, y en esta pequeña selección de títulos es fácil encontrar un porqué. Pero esta película, que fue en su día tan bien recibida por el público como denostada por la crítica, es una excepción.

Después del último post colgado por Michael O’Leary me quedé pensando en si en León ganaban o no los buenos. Lo primero, claro está, es que no hay buenos. Porque no parece que un asesino a sueldo, por mucho que nos guste, pueda considerarse bueno. Aunque en comparación con “el malo” salga ganando por goleada. Lo cierto es que en este cuento (porque es un cuento, otra vez, ¿no?) el mercenario implacable tiene un código ético, limitado pero inquebrantable (ni mujeres ni niños) mientras que el policía corrupto es perverso hasta la exacerbación. En ese sentido el mensaje es un poco revolucionario, muy fin de siglo, por ese intercambio de papeles, esa idea de que la autoridad es pervertida, y los criminales horados. Pero dejando aparte esa observación, creo que sí podemos concluir que en esta historia ganan los buenos, o, lo que es mejor, gana el Bien. Y pensando en esto me acordaba también de Camino a Perdición. Porque en las dos películas hay un bien que preservar, y no es solamente la integridad física del niño (o, en este caso, la niña), aunque eso parezca ser el hilo argumental que conduce la historia. Lo que hay que salvar es, sobre todo, su inocencia. Esa idea, que queda tan en evidencia cuando Paul Newman le dice a Tom Hanks: “Lo único que es seguro es que ninguno de nosotros va a ir al Cielo” y éste le contesta “Michael puede que sí”, no se explicita en León hasta el final, cuando Mathilda vuelve al colegio, al lugar que realmente le corresponde, y “echa raíces”. La muerte de León nos entristece, pero es un sacrificio necesario, es una inmolación voluntaria y la única acción que puede redimir a Mathilda, y, en último término, también redime al propio León.

Así que creo que sí, que, a pesar de todo, esta película también nos gusta porque “ganan los buenos”. Pero, como solía, dejo la custión abierta para el debate.