sábado, 28 de abril de 2007

Muertes sin odio


El otro día, me ví en un foro en el que suelo participar justificando a Tom Dunson, el personaje que interpreta John Wayne en Río Rojo. Un amigo, no sin razón, apuntaba que Wayne se pasaba la película matando gente, enterrándola con sus propias manos y rezándoles un responso. Buñuelesco, decía. Mi replica decía esto:
"En Río Rojo, se narra la historia de una ambición que no tiene fin, la de Wayne dispuesto a tener la mayor explotación ganadera de un inmenso territorio. La escena del asesinato del charro-malo es más divertida de lo que cuentas: el charro, profesional de expulsar a todo el que pasa por la pradera infinita, advierte a Wayne de que aquello tiene propietario, pues a su amo se la regaló el Rey de España. Es entonces cuando Wayne le repone: y aquel se lo quitó a otro, pues yo se lo quito a tu amo. El charro le explica que a él le pagan por que eso no pase y que la cosa no quedará ahí, a lo que Wayne asiente con un gesto. Entonces se produce el tiroteo. Nada es personal. En el cine del Oeste, y en el de Hawks, hay mucho de esto: enfrentamientos inevitables que no son conducidos por el odio. No es personal. Por eso no es tan buñuelesco el detalle de los entierros y las oraciones. Por ejemplo, ocurre también en El Dorado, cuando Wayne y un pistolero profesional se enfrentan al final de la película. Wayne, paralizado por una vieja herida, no puede mover la mano derecha y, usando un truco, logra abatir al profesional. Cuando se aproxima, el moribundo pistolero, con una sonrisa, le dice: me quedo sin saber quién de los dos era el más rápido.
Cuando ví Río Rojo me quedó la sensación de que querían contarme que en la frontera, donde la ley no existe, donde cada cual toma lo que puede e intenta que los demás no hagan lo mismo, el único resquicio de humanidad está en que la muerte no es algo personal, es mera supervivencia."
El enfrentamiento sin odio es un tema muy común en los western, igual que lo es el de la destrucción a la que el odio lleva: estoy pensando en Colorado Jim -James Stewart- y su sufrimiento al comprobar que se está convirtiendo en lo que aborrece por entregar a Robert Ryan vivo o muerto -claro, que tenía a Janet Leigh para recordarle qué es lo bueno-; y, sobre todo, en Ethan Edwards y su camino a la perdición en busca de Nathalie Wood.
En efecto, en el Western no es raro que dos amigos, o dos que se respetan y admiran, se encuentren abocados a un enfrentamiento fatal con el ánimo desanimado y el gesto de "nomedejasotraalternativajoe". En Duelo en la Alta Sierra, de Peckimpah, Joel Maccrea y Randolf Scott van camino de acabar en esa misma situación inevitable, a la que les lleva su propia naturaleza, en la que se mezcla la amistad, la lealtad y, también, el que en la esencia del alacrán está el picar. Cada uno de ellos lamenta en el alma enfrentarse a quien respeta y quiere. Hay en estos estereotipos de las películas del Oeste, un claro parecido con los valores de las novelas de caballería. Estos modernos guerreros, armados con sus colt y sus winchester, están preparados para una guerra que no buscan, que evitarán por todos los medios y que llevarán hasta su último término si no hay más remedio, pero con respeto y piedad hacia el enemigo.
Un caso muy diferente es el que me recordaba Remigton: la pavorosa escena de Sin Perdón, cuando William Munny (Clint Eastwood) dispara a uno de los muchachos en un cortado. El chico se desangra y aúlla porque alguien le de agua. Pero ninguno de los que le acompaña tiene valor para abandonar su refugio. La escena se demora en su sufrimiento y el público se remueve en las butacas. Incluso Munny no puede soportar la agonía y grita: "¡por el amor de Dios, dadle agua!" A pesar de ser su ejecutor, Munny no siente odio hacia el muchacho, está ejecutando la decisión de otro, la justicia de otro. Pero es esta una muerte mercenaria y, por eso, más repugnante porque no tiene razones. Precisamente de ahí saca su ausencia de sentimientos.

jueves, 26 de abril de 2007

MÁS SOBRE JOE


Pues resulta que ayer vi Joe contra el Volcán. Esto ya de por sí es sorprendente, pero después de leer el post de Michael la tentación fue más fuerte que yo. Más sorprendente aún es el hecho de que la estuvieran emitiendo en Cinestar a petición del público. ¿Pero es que alguien más recordaba Joe contra el Volcán?
La peli no es mejor ni peor de como la recordaba, en general, pero tiene algún guiño que me pasó despercibido cuando la vi hace sabe Dios cuántos años, y que me sorprende que no se comentara aquí. Si el comienzo de la película es un homenaje a un clásico, aún más lo es el final. Esa boda in articulo mortis oficiada por el jefe de la tribu, esa providencial explosión y esas cabezas emergiendo del agua... Casi esperaba oir el diálogo "¿Cómo se encuentra, señor Alnut? Bastante bien, para ser un hombre casado, señora Alnut". Me parece imperdonable que Michael no lo comentara. ¿O es que no se había dado cuenta, lo cual sería aún más imperdonable, en cualquier ser humano, pero en Michael O'Leary en particular?
Aprovecho la ocasión para comentaros que le estoy dando vueltas a un tema, el cine y los trenes, quizá escriba un post, pero en cualquier caso ahí está el guante si alguien quiere recogerlo.

viernes, 20 de abril de 2007

300, The Movie.


Pero hablemos de cine. 300, como película, nos presenta un nuevo experimento de fusión del cómic con el cine, o mejor dicho, la transposición de la estética narrativa de los cómic de Frank Miller al cine. Yo estos tebeos del tal Miller no los he visto nunca, y hay que ver todo el cómic que he leído yo (desde Mortadelo y Filemón hasta Metal Hurlant), pero ya conocía propuestas parecidas en cuanto al uso de sombras, oscuridades, claroscuros y luces deslumbrantes. Un ejemplo, si bien alejado de la Miller-estética, pero no del abuso de tinta china, son las historietas de Breccia, según creo recordar. Hace unos días me hice con una copia de Sin City, (violento, irregular, enfermo y prescindible cómic cinematográfico -que, sin embargo, debió tener éxito en taquilla-) para verificar el carácter de esta estética.

En mi opinión, lo que resulta interesante de ambas películas, algo que las hace especiales, es lo que anticipan: las dos son una invitación a expresar historias con pautas narrativas y visuales distintas de las que son usuales, o sea, que pronto le saldrán imitadores y me preveo un abuso de estos códigos igual que ocurrió con Matrix.

Desde lo cinematográfico, creo que 300 es espectacular pero vacía. Es pura estética y cámaras super lentas. Como manduca resulta un poco poco, y ofreciendo sólo eso la película moriría en nuestra memoria en el mismo momento en que abandonamos la sala de proyección. Para su fortuna, cuenta con la baza infalible de una épica real y no ficticia. De unos hechos que realmente ocurrieron y que calificaban un modo superior de vivir como hombres. Releyendo a Heródoto hay que reconocer que Miller no se inventa mucho. Bueno, tal vez, por ponerle un pero, cuando al principio de la historia los heraldos de Jerjes son lanzados a un pozo por los espartanos, habría que advertir que esto pasó con Darío y mucho tiempo antes.

Pero hay más. Bastante sorprendente me pareció que la historia, ya fuera por responsabilidad del director o de Miller, se regodeara en hacer tan inmensa la distancia entre espartanos y persas, con exageración casi caricaturesca. En el espartano hay una rectitud de obra y pensamiento que le impide dar un paso atrás frente a la injusticia de la invasión persa. Las leyes espartanas, que entrelazan las vidas de la comunidad, se sitúan por encima de la voluntad de cada individuo. El honor, el amor a la patria, a la verdad, el sacrificio de la vida si es necesario, están de manera muy patente y explícita en la película.

¿Y enfrente, qué se le opone al espartiata? Lisamente, la degeneración. Desde el fantoche gigantesco de Jerjes a las prostitutas de su lupanar, la gran multitud persa es descrita como una abominación de seres abandonados a la tentación, solicitados por la codicia de lo material. Son repugnantes a pesar de sus oropeles y adornos, de su fastuosidad, de los ricos ropajes, de las joyas. Y el más repugnante de todos es el propio Jerjes, el tentador, el que abraza en una escena central de la película los hombros del Rey Leónidas para susurrarle: adórame y yo te haré el más importante de los hombres de Grecia, sólo me tendrás a mí por encima.

Este contraste, tan intencionadamente presentado, me resultó casi conmocionador. Uno no está acostumbrado a ver discursos tan explícitamente no correctos en nuestros tiempos. Esto no es talante ni es nada. O sí. Para los usos contemporáneos, quizá estemos ante una novedosa pedagogía que nos haga recuperar un poco de cordura sobre cómo se construye la justicia y qué puede exigirnos. Y es vista así que la película comenzó a gustarme.

miércoles, 18 de abril de 2007

OTRO JUEGO

Nos han visitado desde Zapotlanejo. Mi pregunta es la siguiente:
¿Quién quería irse a vivir a Zihuatanejo y le propuso a su mejor amigo un retiro dorado en tan idílica localidad del Pacífico?

martes, 17 de abril de 2007

300. Una excusa para mirar a la historia. Introducción.

Una película nos ha traído al recuerdo la batalla de las Termópilas. Por sólo eso sería una buena obra. Las guerras médicas siempre han sido mis favoritas. Es difícil describir (bueno, si no se me conoce) el impacto que tuvo en mí la lectura de la Historia de Heródoto, cuántas “batallitas” saqué de ella, cuánto aprendí. Cual Bilbo Bolsón, Heródoto escribe la historia de una ida y una vuelta en la que habló con cuantas personas tenían algo que contar. Para que nada se perdiera, porque la experiencia de unos hombres es nutriente para el futuro de otros. ¡Ah, qué historias! ¡Qué descripciones de pueblos, de costumbres, de tácticas, de políticas! De todo hay en ese magnífico libro.
Heródoto es nuestra fuente directa, ¿única?, de conocimiento de la formidable confrontación entre el mundo persa y el occidente de la hélade. Jerjes, el descendiente de Ciro, Cambises y Dario quiere también su porción de gloria y, recién nombrado rey, reúne a los notables de Persia:
“Me propongo tender un puente sobre el Helesponto y conducir un ejército contra Grecia a través de Europa, para castigar a los atenienses por todos los contratiempos que ya han causado a los persas y, concretamente, a mi padre.”

La derrota en Maratón le escuece profundamente a Jerjes y se ve reinando sobre el mundo: “el sol ya no verá a su paso ninguna nación, ninguna, que limite con la nuestra”

Los preparativos de la expedición fueron extraordinarios: se cavaron canales para que no se tuvieran que arrastrar las trirremes por tierra; se establecieron diversos emplazamientos para los depósitos de víveres; se construyeron dos puentes de 2 kilómetros sobre el Helesponto con una doble línea de navíos, grandes anclas para ellos, tendido de cables de esparto de 151 toneladas cada uno y construcción de una gran pasarela…
El ejército era el más grande conocido por la historia hasta ese momento. El ejército de tierra suma un millón setecientos mil hombres dice Heródoto. “A su recuento se procedió de la siguiente manera: reunieron en un lugar determinado a diez mil hombres, los apiñaros todo lo que pudieron y, acto seguido, trazaron a su alrededor un círculo que los englobaba.” Tras construir una cerca en ese perímetro, fueron haciendo pasar a todo el ejército para contarlo. Ya sabemos que Heródoto exageraba. Ciento ochenta mil hombres parece que es la cifra más exacta del contingente terrestre. Los pueblos que los formaban eran casi infinitos: medos, cisios, hircanios, asirios, bactrios, sacas, indios, arios, partos, corasmios, sordos, gandarios, dadicas, caspios, sarangas, pacties, utios, micos, paricanios, árabes, etíopes, libios, paflagonios, ligures, matienos, mirandinos, sirios, frigios, lidios, misios, tracios, lasonios, cabeleos, milias, moscos., tibarenos, macrones, mosinecos, mares, colcos, alarodios, saspires… y persas, y entre ellos, los diez mil inmortales. Los persas se distinguían por “la enorme cantidad de objetos de oro que portaban. Además, llevaban consigo harmámaxas, en las que viajaban sus concubinas y una servidumbre numerosa”.
Muchos de esos pueblos eran jinetes y formaban un cuerpo de caballería de ochenta mil hombres, dice Heródoto. En el mar, mil dos cientas siete trirremes. La contabilidad total de Heródoto sube el número a cinco millones doscientos ochenta y tres mil doscientos veinte hombres.
De pronto, tiene un arranque literario: Jerjes manda llamar a Demarato, un rey griego al que tiene prisionero, y le pregunta “¿los griegos se atreverán a ofrecerme resistencia?” Ante la petición de sinceridad, Demarato responde con un elogio de los griegos en general. Sin embargo hay unos griegos en concretos, los Lacedemonios que “jamás aceptarán tus condiciones, que representan esclavitud para Grecia; pero, además, es que saldrán a hacerte frente en el campo de batalla, aunque los demás griegos abracen en su totalidad tu causa. Y, respecto a su número, no preguntes cuántos deben ser para poder adoptar semejante actitud; pues, si se da la circunstancia de que son mil quienes integran su ejército, esos mil lucharán contra ti, y lo mismo harán tanto si son menos como si son más.”
Como sabemos, en las Termópilas fueron 3100 griegos, pero sólo 300 lacedemonios, la guardia real, 100 por cada una de las tribus espartanas. 300 espartiatas con descendientes masculinos.
Sólo 300.

UN JUEGO



¿ A ver quién es capaz de decirme con qué famoso actor está relacionada esta señorita, en qué grado y el nombre de su personaje en la película en la que la he descubierto? (Aunque participa en muchas más).

No es la foto en que se ve más claro el parecido, pero creo que servirá. Y lo de la peli es fácil...

jueves, 12 de abril de 2007

EL CINE Y LOS CUENTOS DE HADAS

En el post de Michael sobre Joe contra el Volcán surgió el tema de las películas que son cuentos, y me parece que el tema merece una entrada. Aquí está.
Cómo no empezar recordando al maestro Frank Capra: este emigrante italiano, que llegó a “la tierra de las oportunidades” recién cumplidos los seis años, debía sentirse él mismo un buen ejemplo de que el sueño americano podía hacerse realidad, y reflejó como nadie en la gran pantalla la honestidad, el tesón, la fe y los buenos sentimientos que se supone que construyeron América. Muchos de sus títulos son inolvidables: la genial “Arsénico por compasión”, por ejemplo. Pero a las que quiero referirme ahora es a dos deliciosas historias protagonizadas por James Stewart (¡por quién si no!): Caballero sin Espada (Mr Smith goes to Washington, 1939) y Qué bello es vivir (What a wonderful life, 1946). El hecho de que una de ellas fuera rodada inmediatamente antes de la Segunda Guerra Mundial y la otra justo después demuestra que el conflicto no influyó significativamente, ni para bien ni para mal, en el fondo de las convicciones de Capra, católico como era. Su mensaje permanece intacto: lo que de verdad importa en la vida es ser honesto, justo, generoso, trabajador, idealista, en fin, ser un hombre de bien. Y es significativo que en ambas películas la tentación que te aleja del camino recto es la tentación del poder. Otro aspecto en el que me parecen coincidentes, y que también encuentro en otras películas que comentaré más adelante, es la posibilidad de redención. En Qué Bello es Vivir la mano providente de Dios que cuida de su hijo y no le deja perderse es evidente, porque es explícita: viene un ángel y lo salva. Dios aprieta, aprieta pero bien, pero no ahoga. Concede una segunda oportunidad. En Caballero sin espada el protagonista no necesita ser salvado; en realidad él es el ángel, aunque no sea un ángel sobrenatural, que es enviado al senador Joseph Harrison Paine para sacarlo del océano de corrupción en el que está a punto de ahogarse.
Este mensaje, que la vida, o Dios, te deja opción para que rectifiques, para que mejores, incluso cuando tú mismo ya has desesperado, como George Bailey y el viejo senador corrupto, lo encontramos también en otras películas. Por ejemplo, en las de M. Night Shyamalan: el reverendo Graham. Hess de Señales, o el doctor Malcolm Crowe de El Sexto Sentido son personajes que han dejado de encontrar sentido a sus vidas. (El Dr. Crowe ni siquiera sabe que está muerto). Pero se les concede, de una forma tan evidentemente providencial que habría que estar loco para negarlo, un asidero que les devuelve la razón y la alegría y les permite aceptar su vida, o su muerte, con todo lo que trae consigo. Y que no sólo les salva a ellos, sino también a los que están a su alrededor. Al pobre niño “pirado”, a la desconsolada viuda, a los huérfanos, al conductor que se durmió, al hermano fracasado,…
En “La Milla Verde” de Frank Darabont también hay un ángel, disfrazado de negrazo un poco simple, que tiene absolutamente desconcertado a Tom Hanks. La película muestra que aún en el corredor de la muerte hay posibilidad de redención. Los convictos son mostrados del modo más amable posible, y los funcionarios que los vigilan los tratan con respeto y cariño. De esa forma uno percibe la sensación de que son rescatados. No de la muerte, pero sí, lo que es más necesario, del pecado. Hay excepciones, por supuesto, pero son una muestra de la perversidad que también hay en el mundo. Yo veo en este cuento una analogía bastante clara con la Redención, porque John Coffey es un hombre inocente, bueno, y que hace milagros, que carga con el mal que hay en el mundo sobre sus espaldas, y que termina siendo inmolado. El papel de Tom Hanks cuando acaba la película reconociendo que una vez mató a un ángel me hace pensar en el centurión reconociendo en Cristo al Hijo de Dios. No creo que tanto parecido sea casualidad. Desconozco la filiación religiosa de Darabont, hijo de unos refugiados húngaros que huyeron de su país tras la revolución del 56, cuando él aún era un bebé, pero hay mucho de cristiano en esta película. Su otra gran película hasta el momento, Cadena Perpetua, (The Shawshank redemption, 1994) es una obra extraordinariamente alegre y optimista, un canto a la esperanza y sobre todo al poder humanizador y, por qué no, también redentor de la amistad.
State and Maine de David Mamet y Mumford de Lawrence Kasdan inciden también en que a pesar de lo que hayas hecho, se te va a conceder la oportunidad de ser mejor. Yo pienso en el hijo pródigo siempre que las veo. Y aunque no contienen ningún elemento sobrenatural ni mágico tienen algo de cuento de hadas que las hace deliciosas. En la primera, aunque no se evidencia como en Señales la moraleja providencialista, todos los hechos se van sucediendo de tal forma que no pueden ser casuales. Esto me hace pensar en otra película que tengo un tanto difusa en mi memoria, pero que me produce la misma sensación: Magnolia, de Paul Thomas Anderson,1999.
Y, en fin, no os aburro más. Algunas de estas películas son demasiado modernas para que podamos verlas en nuestras reuniones sin saltarnos la regla de los diez años, así que os invito a que las disfrutéis en vuestras casas si no las conocéis. Otro día otra persona puede hablar de las que se han quedado en el tintero: La Princesa Prometida, El Secreto de los McCaan, Narnia, El Señor de los Anillos,…

martes, 10 de abril de 2007

500 VISITAS.

Hoy, precisamente el días en que menos gente visita nuestro blog, hemos alcanzado el redondísimo número de 500 visitas.
Pero, pregunto ¿qué os pasa, blogueros? ¿Ya no escribís? ¿Gorililla está enfadada? ¿El inefable Michaelino Flyn está de resaca?

Hace falta más vida aquí, hombre, así que os mando un regalo:

sábado, 7 de abril de 2007

La Pasión de Cristo - Comentario de Monseñor Munilla.

La lágrima de Dios Padre

Hay una escena en el filme de “La Pasión” de Mel Gibson que ha suscitado muchas preguntas entre sus espectadores, hasta el punto de hacer descubrir a no pocos de ellos una nueva dimensión de la pasión de Cristo. Nos referimos al episodio que sigue a la muerte en cruz. Dirigiendo su mirada a lo alto, Jesucristo pronuncia su última palabra: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”; para luego expirar entregando su espíritu. A continuación, la cámara eleva paulatinamente la toma, hasta el punto de enfocar el calvario desde una altura que evoca la perspectiva del Cielo. En ese momento, se desprende una gota de agua -la lágrima de Dios Padre- que termina por estrellarse en el montículo del calvario, provocando un terremoto. De esta forma tan sencilla y sugerente, se abre una ventana al designio divino redentor: ¡Dios Padre se ha conmovido ante la entrega de su Hijo en la cruz!

Para entender esto, es necesario desempolvar y recuperar algunos pasajes bíblicos, desgraciadamente olvidados o relegados, en los que se revela que Dios Padre entregó a su Hijo a la cruz, como sacrificio de salvación y reparación por toda la humanidad: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.” (1 Jn 4,9). Maticemos que sería un error interpretar que Cristo es entregado a la cruz por el Padre en contra de su propia voluntad. El Hijo ofrece su vida al Padre, libremente y por amor, para reparar nuestra desobediencia (Cfr 1 Tim 2,6). Finalmente, el Padre, conmovido, acepta el sacrificio de su Hijo. La resurrección de Cristo no es sino el abrazo del Padre a Cristo, por el que acoge su ofrenda en favor de todos los hombres. Como fruto de este designio de salvación, la humanidad es reconciliada con Dios por medio de Cristo: somos hijos en el Hijo.

Mel Gibson se ha tomado la libertad de unir la escena del inicio del terremoto, narrado en Mateo 27,51, con la caída de esta lágrima divina. De esta forma, esa lágrima pasa a ser expresión, al mismo tiempo, de la cólera y de la misericordia divina. Aclaremos que, evidentemente, en Dios no puede haber irritación egoísta ni espíritu de represalia. Por lo tanto, hemos de entender la cólera de Dios como la expresión de la santidad divina que sufre por el rechazo de la gracia de salvación, e intenta por todos los medios superar los obstáculos derivados de la mala disposición del hombre, al igual que lo hizo al expulsar a los mercaderes del Templo (Jn 2, 14ss).

Por ello mismo, la cólera divina expresada en ese terremoto, se traduce en misericordia para el soldado romano que atraviesa con su lanza el costado de Cristo. La película ha querido recoger un paralelismo referido por el escriturista Ignace De La Potterie. En efecto, allí donde los evangelios de Marcos y Mateo narran que el velo del Templo se rasgó en el momento de la muerte de Cristo, de forma paralela, el evangelio de San Juan relata que el costado de Cristo fue también rasgado por la lanza. Ya no hay ningún velo que nos oculte a Dios. En la muerte de Cristo se descubre el misterio escondido en el Antiguo Testamento. Dios ya no tiene secretos con nosotros. El Corazón de Cristo, nos revela la intimidad de Dios: “A vosotros ya no os llamo siervos, sino amigos; porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 15).

Intercalado en las diversas secuencias del terremoto originado tras la caída de la lágrima de Dios Padre, se reserva una breve e intenso flash para reflejar la desesperación de Satanás. En efecto, el acto de obediencia que se encierra en la cruz, supone la victoria definitiva sobre el demonio, quien en todo momento había estado al acecho, intentando apartar a Jesús del designio redentor recibido de su Padre. Así entenderemos la importancia del pasaje bíblico: “Si por la desobediencia de uno, todos fueron constituidos pecadores, también por la obediencia de uno, todos serán justificados” (Rom 5, 19).



Tenemos que agradecer sinceramente a Mel Gibson que no se limitase en la producción de su película a una descripción externa de los sucesos de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Por el contrario, ha prestado un inestimable servicio a la fe católica, al ponernos en contemplación de la dimensión salvífica de la muerte de Cristo. En la cruz de Cristo se aúnan dos planos diferentes, aunque no contradictorios: la libre causalidad humana y el designio redentor de Dios, tan frecuentemente anunciado por los profetas. Al mismo tiempo que Jesús padece la mayor de las injusticias humanas, entrega su vida por nuestra justificación en un acto de amor al Padre y a cada uno de nosotros: “A mí nadie me quita la vida, sino que yo la doy voluntariamente” (Jn 10,17)

José Ignacio Munilla, +Obispo de Palencia

lunes, 2 de abril de 2007

SIN COMENTARIOS

domingo, 1 de abril de 2007

El Dorado


Ayer hubo reunión informal de la Benemérita Sociedad los Amigos de la Arena. La informalidad afectó sobre todo al nivel gastronómico, que no al cinéfilo, pues pudimos ver, entre bostezos de algún socio principal que apenas llega entero al fin de semana, un gran peliculón: El Dorado.
Es cierto que El Dorado sufre la competencia de los restantes Westerns de Howard Hawks, Río Rojo y Río Bravo (no incluiremos aquí la menor Río Lobo) y en especial de esta última. Si Río Bravo nunca hubiera existido (gracias Dios mío por que no haya sido así), El Dorado se reconocería como uno de las grandes pelis del oeste di tutti tempi.
Pero...a Howard se le ocurrió filmar esta recreación de Río Bravo y la comparación se hace inevitable. Que si Dean Martir, que si Robert Mitchun, que si Ricky Nelson, que si James Caan, que si Angie Dickinson, que si Charlene Holt, que si Walter Brennan, que si Arthur Hunnicutt. Y, lo cierto, es que vistos nombre a nombre los enfrentamientos creo que El Dorado sale perdiendo hasta en el de que si John Wayne, que si John Wayne. A pesar de eso, el espectador no deja de sonreir ante la solidez de los personajes y la distancia irónica desde la que se nos describen.
La historia es la prácticamente la de siempre: un pistolero que alquila su brazo al mejor postor, John Wayne, tiene un compromiso verbal con un terrateniente, Edward Asner el famoso Lou Grant, que resulta ser un malo malísimo. De esto último se entera de boca del sheriff, Robert Mitchum, antiguo amigo y compañero de aventuras. Al negarse a trabajar para él, Cole Thornton provoca una cadena de acontecimientos que le llevarán a participar en la detención y custodia del malvado terrateniente. Este argumento es paralelo a Río Bravo y a Río Lobo, pero, en esta ocasión, Thornton y sus amigos no lo tendrán tan fácil: Mitchum es un borracho en la cima de sus resacas, James Caan no acertaría con su revólver a un elefante a dos metros, Wayne sufre una periódica parálisis de su mano derecha...sólo el viejo Hunnicutt parece mantenerse en forma.
Entretenimiento de palomitas y technicolor de cuando éramos niños, El Dorado engancha y no aburre en ningún fotograma, nos da ese personaje impagable que tantas veces hiciera Wayne, y tiene una escena final (la de las dos viejas glorias patrullando la calle del pueblo muletas en ristre) que la hacen inolvidable.
Sólo una recomendación, verla antes que Río Bravo.

Joe Contra el Volcán (Joe Versus the Volcano)

Warner Brothers, 1990. De John Patrick Shanley.


Meg Ryan, Tom Hanks, Lloyd Bridges.

En un reportaje de estos que Telemadrid hace antes de las películas el Domingo por la noche, repasaban la filmografía de Meg Ryan y Tom Hanks, supongo que porque iban a poner alguna película en que trabajaban los dos. Lo mejor del reportaje (salvo los planos de Meg Ryan: Meg Ryan vista de frente; Meg Ryan vista de espaldas; la nuca de Meg Ryan; una mano de Meg Ryan; el flequillo de Meg Ryan, Meg Ryan con el pelo recogido...) fue lo que decían al pasar algunas tomas de Joe Contra el volcán: "...y algunas estupendas que, inexplicablemente, no triunfaron".

Pues dieron en el clavo. Joe Contra el Volcán pasó sin pena ni gloria; pero dieron aún más en el clavo al no comprender cómo fue así y al considerar que es estupenda.

Para empezar, Joe Contra el Volcán tiene algunos detalles "prescindibles" que el director no se quiso ahorrar, y que demuestran que no es un panoli: la estética inicial, sobre todo en los títulos de crédito es un homenaje a "Metrópolis" que queda ahí reflejado aunque la mayor parte de la gente (porque no estamos lo bastante puestos en cine) no lo aprecia, porque no lo aprecia.
















Sin embargo, a mi me pareció estupenda porque es un cuento. Es una de esas películas como Local Hero (Un Tipo Genial, Bill Forsyth 1983), The Princess Bride (La Princesa Prometida, Rob Reiner, 1987), Secondhand Lions (El Secreto de los McCaan, Tim McCanlies, 2003) o Signs (Señales, Michael N. Syamalan, 2002) que hay que ver con apertura de miras. El que fue a ver Señales esperando encontrar La Guerra de los Mundos y no tuvo vista para entender lo que se encontró, salió decepcionado. Aquí pasa igual.

Joe Banks (Tom Hanks) es un bombero retirado después sufrir un trauma por la tensión de su trabajo, que se mal gana la vida en una espantosa empresa. Su jefe es horrible; sus compañeros son horribles (menos Meg Ryan: intentan caracterizarla de horrible, pero está maravillosa); lo que la fábrica produce es horrible. Su mesa de trabajo no tiene un fotón de luz natural. Todo es opresivo. Y miles de personas cada mañana llegan en procesión a trabajar a ese horror.
De resultas de su trauma, Joe se ha vuelto un hipocondríaco absoluto. Y por fin, encuentra lo que estaba deseando. Le diagnostican una nube cerebral, que no le va a dar más que unos meses de vida. Eso si: se apagará sin una sola molestia. Y aquí empieza la película. Joe deja de sentir sus infinitas molestias y vuelve a ser un hombre: Tanto es así que pone en su sitio a su jefe, deja su trabajo, invita a cenar a su maravillosa compañera DeDe (Meg Ryan) y hasta la lleva a su casa...claro que para ella resulta ser demasiado una nube cerebral y le deja en la estacada.

Pero no todo está acabado. Samuel Harvey Graynamore (Lloyd Bridges), un millonario demencial y excesivo, le ofrece una fortuna a cambio de saltar al volcán de una isla de su propiedad para tranquilizar a los indígenas que le consiguen un metal superconductor único en el mundo mientras hacen fiestas sin fin y beben gaseosa. ¿Qué puede perder? Nada. Así que comienza un ritmo de gasto propio de un jeque para llenar una vida vacía, siquiera en los últimos meses. Desde juegos de golf absolutamente inútiles hasta los mejores baúles que se han hecho jamás, no hay capricho que no se conceda para convertirse en el hombre que quiere ser.



Sus baúles y tres personajes le acompañan en su viaje: un chófer fiel (Ossie Davies), Angélica Graynamore (Meg Ryan) una neurótica tan sola como él y Patricia Graynamore (Meg Ryan) una rica heredera caprichosa y enérgica que le llevará en su barco hasta la isla de Waponi Woo.
El viaje interior de Joe es mucho más largo que el viaje en el Teweetle Dee, y da pie a muchas reflexiones sobre el amor, el valor, el conocimiento de uno mismo y hasta la vida de la gente normal en nuestra época. Hay una conclusión estupenda a mitad de película: incluso habiendo tenido muy mala suerte, Joe Banks, que no se rinde, está agradecido por vivir.


Joe no busca una eutanasia. No quiere suicidarse. De hecho, está encantado con su vida. Dentro de un argumento de cuento, este héroe atípico pretende entregar su vida por respeto a la palabra dada. Es una historia fenomenal con buenos, malos, heroína, amigos, valor, cobardía, tormentas en el océano, vida, muerte, gaseosa y un final, como no podía ser menos, de cuento. Hay que verla.